Vamos llegando al fin de año y seguramente la agenda de todos se va intensificando. Por una parte, cargamos con el cansancio del año; por otra, la ciudad y el trabajo se van haciendo pesados: calor, lluvia, tacos, regalos, compromisos, informes, exámenes, etc. A eso pueden sumar un ambiente social y político que sigue enrarecido y la situación de La Araucanía que se complejiza cada vez más.
Por lo mismo, nos viene especialmente bien este tiempo del Adviento, que es una invitación a tener una mirada trascendente de nuestra vida y de los acontecimientos, pues la promesa de la venida del Señor es clara: Él hace nuevas todas las cosas .
Y lo necesitamos más que nunca.
Pienso de manera especial en el cansancio eclesial con que llegamos a este fin de año. Hemos vivido situaciones tan difíciles que nos han ido desgastando. En muchos, la rabia y la decepción han ido reemplazando a la alegría y esperanza cristiana. Estoy seguro de que en este año va a resonar en nuestras comunidades con especial fuerza y sentido el "Ven, Señor Jesús", tan propio del Adviento.
Para los cristianos, el Adviento es el tiempo de la esperanza: la venida del Señor no es solo algo que sucedió en la historia, sino algo que acontece constantemente en nuestro mundo y que nos asegura un futuro. La vida no se mueve solo en esta dimensión horizontal y humana, sino que está abierta a la verticalidad del misterio de Dios con nosotros, de la acción de Dios en nuestra vida y nuestra historia. Es la vida abierta a la trascendencia que no termina de conformarse con lo alcanzado, sino que siempre esta abierta al "más" que solo Dios nos puede dar.
Es un tiempo especial no solo para mirar nuestra realidad individual, sino para mirarnos como sociedad y descubrir la forma de vida que hemos establecido, las relaciones que tenemos entre nosotros, las cosas que están pendientes o que debemos cambiar.
A veces pensamos que esta renovación y cambio no son posibles, que todo va a seguir igual. El Adviento nos abre a esa novedad que el mismo Dios introduce en nuestra historia: la salvación . Por eso, con Isaías vamos a escuchar en este tiempo el sueño de que el lobo habitará con el cordero y el león comerá paja junto al buey .
Es un mundo de paz y armonía que nos parece imposible, pero que todos anhelamos en lo profundo del corazón.
Este domingo, el Evangelio nos presenta a Juan Bautista como la voz que clama en el desierto. Es aquel que habla de lo imposible, de aquello que pensamos que ya no puede ser o no puede cambiar. Es la voz que anuncia que una realidad distinta está cerca, pues ya se está realizando en Cristo. Esa acción de Dios con nosotros requiere de nuestro trabajo: hay que allanar el camino, rellenando los valles y aplanando las colinas. Son tantos los montes de diferencias y divisiones que hemos ido construyendo, que hemos terminado segregando de muchas formas nuestra vida en sociedad. Hay un gran camino que allanar, derribando muros y construyendo puentes, para terminar con las diferencias absurdas que vamos estableciendo y aceptando culturalmente, pues, en definitiva, como termina diciendo el evangelio de hoy, el Reino consiste en que "todos los hombres verán la salvación de Dios".
Hay razones para estar cansados y también disgustados. Pero hay una razón mucho más fuerte y poderosa para tener una profunda esperanza: el Señor viene, y cuenta con nosotros para instaurar su reino de justicia y de paz. Por eso, con especial fuerza, le decimos "Ven, Señor Jesús".
"Voz del que grita en el desierto: Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; los valles serán rellenados, los montes y colinas serán rebajados; lo torcido será enderezado, lo escabroso será camino llano. Y toda carne verá la salvación de Dios".
San Lucas (3,1-6)