Imposible discutir la legitimidad del título de Universidad Católica. En un torneo largo, como manda la tradición del fútbol profesional que este año cumplió 85 temporadas, el cuadro de Beñat San José ofreció seguridad defensiva, solidaridad en todas las zonas del campo y la contundencia precisa para aprovechar las opciones de gol que generó.
No se recordará a esta UC como a la de 1987, por ejemplo. Ese equipo de Ignacio Prieto masacraba, sacó 10 puntos de ventaja al segundo cuando el ganador recibía dos unidades por victoria. Desde la eficacia y la concentración, el conjunto del vasco conquistó el título y el corazón de una hinchada que reconoció el esfuerzo de un plantel de vocación obrera.
A diferencia de otras versiones cruzadas, la memoria registrará la zona posterior, con la sobriedad y seguridad de Matías Dituro en el pórtico, la notable primera rueda de Branco Ampuero, el amor propio de Germán Lanaro para sobreponerse a las dudas de una hinchada que siempre lo culpó, aunque fuera inocente. En la mitad del campo, la irrupción de Ignacio Saavedra es una gran noticia, aunque su lesión en el partido con Deportes Temuco daña a la selección Sub 20 dirigida por Héctor Robles. En el pedestal, el trabajo de José Pedro Fuenzalida, volante, lateral o extremo, siempre a disposición del colectivo, en una campaña sobresaliente, que lo ubica como el futbolista más valioso del torneo. En la misma línea, sólido el zurdo Luciano Aued, que en este 2018 despejó las interrogantes que dejó su primer semestre en Chile.
El campeonato que se fue ratificó la importancia de un torneo largo, de dos ruedas, fácil de comprender, con una sola tabla, con premios conocidos por todos y descensos claros. No hubo tablas paralelas. Por eso, no resulta razonable que algunos clubes propongan retornar a los torneos cortos o al sistema de playoff. No existen torneos malos por definición, pero el fútbol es un deporte de tradiciones. Las voces críticas, de manera errónea, estiman que el formato es el responsable de las detenciones de la Liga.
Una visión que parte de un error grueso: no considera el calendario internacional, con las fechas FIFA delimitadas con antelación. El diagnóstico errado olvida que los campeonatos cortos no se sostienen con 16 equipos. Para su desarrollo se requieren 20 clubes. La cantidad de fines de semana sin fútbol se relaciona con una Primera División que en 30 fechas debe ocupar 10 meses para sostener a los abonados del CDF.
El objetivo es evitar la fuga estival o invernal, generada por la Copa América o el Mundial. Entonces el Consejo de Presidentes, soberano y en uso de sus facultades, estira el chicle. Si el objetivo es limitar las detenciones, en Quilín deben ponerse colorados y ampliar la categoría a 18 o 20 integrantes. Otra opción es recoger el modelo de los años 90, con una Copa Chile que se resuelva en la primera quincena de abril para luego afrontar el certamen regular.
La reforma planteada por quienes añoran los torneos de una rueda suena a sacar las castañas con la mano del gato, pero ante todo, un escaso sentido de la realidad.