No sé si ustedes, pero yo tengo una debilidad por la Teletón. Será porque soy chileno y tengo más de 40 años. O porque veía bastante televisión en mi infancia y juventud (pasatiempo extinto en la infancia y juventud actual). O porque pasé cientos de fines de semana escuchando de cerca o de lejos Sábado Gigante durante toda la tarde, y se me impregnaron Don Francisco y la modelo, y Yeruba y Mandolino, y La Cuatro y el Chacal de la Trompeta, y todos los demás.
He llegado a temer que Sábado Gigante ingresó a mi torrente sanguíneo y hoy habita en mis genes. A veces creo ver en mis hijos secuelas del Clan Infantil o de la Cámara Viajera cuando andamos de vacaciones fuera.
El tema es que Don Francisco se vuelve un asunto recurrente en mi cabeza cuando estamos en las inmediaciones de la Teletón.
Por ejemplo, un colega y amigo columnista me pidió hace un tiempo en estas fechas que le escribiera un prólogo para un libro que publicó. Sin darme cuenta, redacté lo siguiente:
"Me calza perfecto que Mario Kreutzberger haya creado a Don Francisco, porque tenía el anhelo de ser un chileno más; simple como una sopita de pan,
easy like sunday morning. Era raro crecer en Talca con un apellido que no usan más de 500 personas en el mundo y que suena a alemán o a hamburguesa. Hay gente que muere por ser especial, única, distinta. Pero el joven Mario solo quería ser, literalmente, un cualquiera. Algunos en la cuadra le decían "el Mario", pero no era suficiente. Entonces se puso Don Francisco. Y le fue bien. Y la gente adora a Don Francisco, pero descree un poco de Mario Kreutzberger".
Me acordé de ese prólogo esta semana. Porque estamos en las inmediaciones de la Teletón. Y me vinieron los mismos terrores nocturnos de siempre: "¿Se alcanzará la meta este año?". Casi todas las veces espantaba rápidamente esos pensamientos timoratos con el mantra "siempre se alcanza la meta". Pero en esta oportunidad fue distinto. No pude ahuyentar los fantasmas de las "Teletones futuras con meta no alcanzada".
Aclaro de inmediato que escribo esta columna el viernes 30 de noviembre. La Teletón aún no comienza y yo tengo miedo. Creo que este año podría no cumplirse el objetivo. ¿Por qué? Porque veo a la sociedad chilena... cómo decirlo... "desconcentrada". No es solo que todos vayamos por la vida mirando la pantalla del celular sin poner atención al resto. Es más que eso: estamos "des-con-centrados".
Antes había cosas que nos "con-centraban" a los chilenos. Salíamos desde nuestros rincones respectivos y nos acercábamos hacia un lugar más o menos céntrico o concéntrico, y ahí nos reuníamos, y nos encontrábamos, en virtuales concentraciones. Había muchos temas que nos motivaban a casi todos. Podíamos enumerar varios asuntos en los que estábamos de acuerdo. Teníamos docenas de "verdades comunes". Una de ellas era que la Teletón era una buena causa y debíamos apoyarla.
Pero hoy quedan pocas verdades comunes. La moda es desconfiar de todo y de todos. O descreer.
Ustedes y yo leeremos esta columna el domingo en la mañana y ya sabremos si la Teletón llegó o no a la meta. Ahí sabremos si Don Francisco sigue siendo Don Francisco, el emperador del sentido común, o si expiró el hechizo y al tocar las doce campanadas volvió a ser solamente Mario Kreutzberger.