En el proyecto anunciado del Parque Mapocho Río resuena la épica de una historia colectiva, inconclusa y matizada de sueños y pesadillas; de historia e imaginación. Este torrente turbio y antojadizo, nunca completamente sometido ni comprendido, ha acompañado el proyecto de imaginar y vivir Santiago, desde que regaba plantaciones incas. Fue frontera entre señoritos y chimbanos en las brutales guerras de peñascazos que relataba José Zapiola. Fue balneario humano y abrevadero de bestias, y el gusto de pasear entre bolones y matas de tomate en su lecho pedregoso se nos grabó en la identidad colectiva.
El río fue la imagen de la miseria en los rostros de los niños que mostró a la ciudad el Padre Hurtado, sacados de las caletas que subsisten aún hoy en paralelo a la ciudad del éxito encandilante. Vimos las riberas transformadas en vertederos y luego limpiadas una y otra vez. Vimos a las mujeres de los campamentos ir a sacar agua del río para sus familias. Vimos correr en un mismo torrente mediaguas, automóviles y árboles, arrasados por inviernos inclementes. Vimos pasar los muertos de la dictadura arrojados al cauce como escarmiento.
En cruzarlo y contenerlo amaneció la ingeniería chilena, con el puente Cal y Canto y los Tajamares. Estos últimos se transformaron en el primer paseo de la República, cuando la coronación de sus anchos muros fungía como única vereda pavimentada en los albores de la modernidad urbana. Su alameda se transformó en parque Forestal en la imaginación de Vicuña Mackenna, y el antiguo cauce de más de 200 metros de ancho fue conquistado para suelo urbano con la canalización, un proyecto que vio el río como una forma de hacer ciudad.
Hacia el oriente, los parques ribereños dialogaron con un río en transformación que se presentó silvestre y accesible a Germán Bannen en Providencia. Y, luego, a Teodoro Fernández, en Vitacura, se le presentó estrangulado entre autopistas, las invitadas de piedra en una tradición urbanística que planteaba una visión distinta. El parque Los Reyes, el Renato Poblete y el Mapocho Poniente extendieron la benevolencia del verde hacia el sector más postergado del río. Todas estas estrategias fueron hiladas por Mario Pérez de Arce en el plan 42K, que resumía y empujaba a la conclusión de una tarea urbana histórica. Soñado limpio, justo, verde, navegable, bañable, pedaleable y caminable, el Mapocho es el resumidero de la memoria urbana y la voluntad civilizadora santiaguina.