Esta es una película mucho menos sencilla de lo que parece. Cuenta una historia conocida: el histórico viaje del Apolo 11 hasta la Luna, en julio de 1969, en un momento en que Estados Unidos está convulsionado por las protestas contra Vietnam, los movimientos estudiantiles, la lucha contra la segregación racial y la guerra fría, de la cual la carrera especial es una especie de ramificación simbólica, un esfuerzo por demostrar qué sociedad es más capaz.
La cuenta desde una perspectiva algo singular, que son los ocho años más intensos en la vida de Neil Armstrong (Ryan Gosling), desde 1961 hasta el momento en que le sería deparado ese destino único, irrepetible, de ser el primer hombre en pisar otro cuerpo celeste. El relato no se despega de Armstrong: a pesar de que es un protagonista introvertido, de pocas palabras, disciplinado en la ciencia, hermético casi siempre, es un relato en primera persona tal como solo el cine puede hacerlo. En el comienzo hay una tragedia inmensa, mostrada con una síntesis que deslinda con la sequedad: la muerte de su hija Karen, de dos años, víctima de un tumor cerebral.
A partir de este hecho, el cineasta Damien Chazelle convierte a
El primer hombre en la Luna en una película sobre la muerte. De una manera delicada, sin apenas subrayarlo, Chazelle vincula cada instante trágico con una imagen de la Luna, a veces incluso de día, como en el funeral de la pequeña Karen.
En el casi impenetrable dolor de su conciencia, Neil Armstrong hace de la Luna el lugar de la muerte -el paisaje muerto que en efecto es- y su viaje adquiere entonces el inesperado ribete de una conquista, ya no puramente espacial, sino metafísica. Los reencuadres de Armstrong a través de pasillos y puertas parecen trasladar al protagonista de dimensión, muy lejos de la NASA y de su trajín competitivo, una en la que solo puede estar con su soledad del alma. Y entonces adquieren otro sentido esos enervantes planos pegados al casco, en una cabina que se sacude hasta el frenesí, sin ninguna concesión a lo que pasa en el exterior, o la bella y ligeramente fúnebre sinfonía que acompaña al alunizaje.
Este es el cuarto largo de Chazelle, después de las gozosas
Whiplash y
La La Land, y el primero con un guion que no es suyo. Esta insólita deriva hacia la desolación de la muerte en un cineasta esencialmente musical (aquí también lo es, de una manera menos explícita) muestra que su capacidad de sorprender todavía está en alza. Lo mismo da que postule o no al Oscar -la fecha de su estreno sugiere un cierto cálculo para esto-, esta es una película que vale mucho más de lo que deja ver.
FirstmanDirección: Damien Chazelle.
Con: Ryan Gosling, Claire Foy, Corey Stoll, Lukas Haas, Jason Clarke, Kyle Chandler, Patrick Fugit, Ciarán Hinds, Olivia Hamilton.
141 minutos.