Espero lo que esperé en 1978: llegar a la meta.
Aunque después de cuatro décadas espero otras cosas.
Que aparezca algún chileno que se convirtió en millonario en Estados Unidos, porque solo allá logran esa transformación, pero no en Europa, no sé si en Rusia y no creo que en la lejana China.
A ese compatriota espero, para que se ponga como Dios manda y para que le explique al mundo lo que yo no supe hacer: ganar plata y mucha plata.
No lo hice, la verdad sea dicha, porque seguí mi vocación, según me enseñaron. Efectivamente, el colegio era de curas. ¿Cuál era mi vocación? No lo supe en 1978 y menos ahora, pero en algo fui devoto durante todos estos años y nunca dejé de mirar la televisión y la Teletón. Y siempre me puse. En las épocas luminosas -es un mero decir- y en las apagadas, que ganan por mayoría.
Así que espero a Leonardo Farkas, pero con cierto cansancio y rutina porque el
show debe continuar. ¿Es necesario que toque el piano? Creo que no.
¿Ya hubo
vedettos? También espero que no.
Me gustaría un homenaje a Lucho Gatica, conocí a su hermano Arturo cuando estaba por irse a Madrid como agregado cultural a fines de 1978, y me confesó que el mismísimo general Augusto Pinochet le pidió algo como lo siguiente, para el nuevo cargo: "Sé tal como eres". Le hizo caso.
Entiendo que el tiempo es circular.
En 1978 mi ilusión era que circulara rápido y alegre.
Ahora es lo contrario, lo quiero lento y le temo a la tristeza.
En la antigüedad y la primera vez que fui a donar era un joven ya crecido, pero sin medios propios considerables; digamos que desde mi casa me dieron mil pesos, lo que no era poco, así que llegué al pórtico de la institución bancaria y mentalmente, lo reconozco, me lo pregunté: "¿Los mando a la hucha o no los mando a la hucha?".
Es decir, deposito los billetes en la alcancía, llamadas huchas en España, donde Arturo Gatica era como era, o bien me quedo con el dinero.
Esto es lo que hice: doné 100 y me quedé con 900.
Antes de tirar cualquier piedra, por favor atiendan lo siguiente, que fue lo que pidió San Esteban, que primero lo escucharan.
No quería esa cantidad para vicios menores ni mayores, que para eso tampoco alcanzaba, sino para iniciar algo desconocido en la época: un emprendimiento.
Qué importa el tipo de negocio, la materia y menos el rubro, así que vamos al fondo del asunto. Quería un emprendimiento para un justo y proporcionado beneficio personal, como es lógico y humano, pero al mismo tiempo pensaba en mis compatriotas y en formar empresa, crear industria, dar trabajo y, a la larga, y perdonen la ambición, imaginaba progreso social y que ganara Chile.
Como eran 900 pesos con finalidad y buen motivo, me prometí que muy en el futuro, digamos el 2018, y cuando fuera millonario, donaría un enorme cheque para la querida Teletón.
Nada se cumplió.
En mis actuales circunstancias doy lo que puedo. Esa es la meta.
En mi peor pesadilla veo como se encorva San Esteban cuando recoge una piedra del suelo y me la lanza sin puntería. Y ya no es una, ahora son miles de piedras. Las podría contar: 24.500-03.