Probablemente, al día de hoy esta historia ya se ha hecho famosa. Su protagonista es el Grillo Mujica, poeta y editor que vivió muchos años en Francia y que ahora, según me parece, mira el mundo desde una ventana en las inmediaciones del Parque San Borja. En un blog que mantiene o mantenía, Mujica relata los hechos contextualizados, de manera hilarante, desde el punto de vista del antiengrupido, del que no comulga con paparruchas, en cierto modo la misma actitud literaria que adoptaba Rodrigo Lira, su amigo in illo tempore.
En los años de su confinamiento parisino, el Grillo, a partir de sus evidentes habilidades manuales, se hizo fama de bricoleur o de maestro chasquilla en su comunidad de acogida, que en sus términos podría definirse como "progre postsesentaiochista", gente que leía la revista Tel Quel y otras complicaciones equivalentes.
Iré directo al punto: un día Mujica tuvo que ir al estudio de un señor canoso al que no conocía (solo sabía que era psico-algo), llamado para un trabajo extrañísimo. El señor necesitaba que le cortaran una de las patas a un diván, de modo de generar, en quien lo utilizara, una sensación de inestabilidad. Mujica lo hizo, cobró una suma mediana y se guardó el pedazo de pata cortada (más que nada porque no se atrevió a tirarlo al papelero del estudio, que estaba vacío y limpio). El señor era Jacques Lacan.
Las especulaciones a partir de esta anécdota pueden ir en cualquier dirección. Entiendo que Lacan no era partidario de las sesiones largas y que a veces despachaba al paciente en la primera frase, por lo que un diván desequilibrado podía ser un buen expediente para que los que tenían mucho que hablar no se ahuacharan.
No puedo dejar de vincular este mueble psicoterapéutico con la silla de Glenn Gould, el gran pianista. En este caso se trata de una historia célebre, que cuenta con varias versiones. Hay videos en los que se ve a Gould arrastrando esa silla estropeada, incómoda, a la que su padre le había cortado las patas cuando Gould era niño y estudiaba con el chileno Alberto Guerrero. Se supone que Guerrero (que perfeccionó la técnica de digitación conocida como fingertapping ) le presionaba la espalda al niño mientras tocaba.
Como sea, la forma de tocar el piano de Glenn Gould -agazapado, con la cara cerca de las teclas, ejecutando una especie de balanceo- tiene que ver estructuralmente con esta silla infantil, de la que no se despegó jamás y a la que llamaba "un miembro de mi familia".
Es curiosa la remisión familiar. Durante años los ingenieros de sonido hicieron malabares para borrar de las grabaciones el canturreo con el que Gould acompañaba sus interpretaciones. Me imagino que hoy estas intervenciones inopinadas son más bien valoradas. De hecho, diría que son emocionantes los momentos en que se infiltra ese soporte mental, que según Gould era totalmente inconsciente y provenía del modo remoto y afectuoso en que su madre lo aproximó a la música.