Más de un factor da notoriedad a "Yo también quiero ser un hombre blanco heterosexual", empezando por su extenso título. Se trata sobre todo del estreno de un nuevo texto de Carla Zúñiga, a los 32 la dramaturga más prolífica y alabada en años. Desde "Sentimientos" en 2013, ha desarrollado una carrera exitosa gracias a la feroz ironía de sus historias delirantes, diálogos mordaces e incisiva mirada crítica sobre la discriminación de género. Más de una docena de obras suyas, a menudo con bautizos tan largos como este, han sido montadas, y ya no sorprende que tenga dos o tres obras en cartelera cada temporada. Por lo demás, en 2016 se editó una antología con tres de ellas. No es poco decir.
Lástima que este no se pueda considerar un avance con respecto a su notable "Prefiero que me coman los perros", del año pasado, quizás su creación más lograda junto a "Sentimientos". Con todo lo motivador que suene su nombre, luce más como una exacerbación ampulosa de sus rasgos de estilo que no logra hacer un aporte madurado a la reflexión sobre su tema predilecto. ¿Le estará jugando en contra su brío por escribir sin tregua? No sería la primera. Como en "Prefiero que me coman los perros", acá Zúñiga entregó su texto a un grupo -Teatro del Antagonista- que no es el que ella integra, y cuyo trabajo desconocíamos.
A las ficciones corrosivamente satíricas que imagina, la autora suma ahora una estructura de mosaico. La historia de una joven inmigrante negra y lesbiana que es violada, sufre un intento de asesinato y cambia de aspecto físico y familia más de una vez, se narra en una serie de cinco cuadros yuxtapuestos, más un prólogo y epílogo, de lo que resulta una farsa inverosímil que es como un puzle por armar. Dificultad que se enreda aún más, pues nadie es lo que aparenta ser: hombre, mujer, blanco o negro, hétero u homosexual, padre, madre, hijo. En este folletín disparatado y ridículo teñido de thriller (hay una sangrienta masacre doméstica, entre otros hechos de violencia), cada cual puede mudar de sexo, raza e identidad como quien cambia de zapatos. Es un cambalache extravagante y confuso, despegado del mundo real. Así no hay forma de tomar en serio su intento de "repensar el poder" desde lo femenino, como dice la reseña promocional.
Hay otro recurso tanto o más llamativo: el dispositivo escénico ideado por el director Manuel Morgado con una laboriosidad y costo del todo inusual para un proyecto independiente. Consiste en un enorme aparato motorizado que gira trabajosamente haciendo aparecer cuatro interiores en realidad no muy distintos entre sí, flanqueados por dos escaleras fijas. El único símil que se nos ocurre es la escenografía de "Endstation Amerika", versión germana de "Un tranvía llamado deseo", que Santiago a Mil trajo en 2005, y la impresión que esta da es, igual que aquella, tan rimbombante como inútil (además resuelta de modo imperfecto). En lugar de gastar tanto esfuerzo y dinero en ese accesorio técnico, Morgado habría hecho mejor en subir y afiatar el nivel actoral de su elenco: porque expresan o proyectan poco y nada, varios de los siete ejecutantes no parecen comprender la diferencia entre decir y actuar un texto dramático.
Matucana 100. Jueves a sábado a las 20:00 horas. Domingo a las 19:00 horas. Hasta el 25 de noviembre.