Faltó visión de futuro. En cambio, su ubicación actual ha contribuido a subrayar el crecimiento urbano desordenado de Santiago. No se previó entonces que eliminar el puerto aéreo de Cerrillos privaba a la capital de un muy útil, de muy necesario segundo y cercano centro de desplazamiento aéreo. Así, en su reemplazo, el nuevo Centro de Arte Contemporáneo Cerrillos se halla todavía lejos de cumplir sus funciones de desarrollo cultural. Sin una estación de Metro próxima para quienes no cuentan con movilización propia, la en extremo escasa señalización para ubicar los estacionamientos, los dos espacios muertos en que se convierten las inmensas explanadas delantera y trasera del edificio, la falta de fluidez arquitectónica de las salas de exposición en los dos pisos principales, no contribuyen a hacer de semejante escenario un imán capaz de atraer multitudes. Sin embargo, la construcción emerge por afuera bien proporcionada, todavía manteniendo una fisonomía contemporánea y acaso lo más típico suyo, la simpática torre de mando sobre las horizontales predominantes de la fachada. Además, en la actualidad nos entrega ahí un muestrario bastante nutrido de la evolución de nuestra escultura a partir del siglo XX.
Para una mejor apreciación del conjunto vale la pena comenzar el recorrido por el tercer piso. Dado los límites físicos de estas líneas, limitémonos a consignar los trabajos que con mayor acierto representan a cada uno de sus respectivos autores. Tenemos, por cierto, de Marta Colvin un bronce muy suyo, y un bello "Torso" de Lily Garafulic. En un testimonio inmejorable se vuelve el sensual relieve metálico del a veces discutido Tótila Albert, mientras Laura Rodig ofrece una ensimismada Mistral, y Rosa Vicuña, una táctil cerámica. Si Raúl Vargas proporciona una bonita y bien figurativa "Cabeza" femenina sobre un plinto inadecuado, el vigor formal de Juan Egenau no vacila en utilizar el latón. Dentro de la misma un tanto atestada sala alta, Federico Assler expande su monumental y onírica portada en liviano poliuretano rosa y gris. Desde luego, Patricio Court se las arregla para transformar su ensamblado volumétrico en colorida, en potente pintura abstracta. De Benjamín Lira tenemos una de sus grandes y enigmáticas cabezas masculinas, y de Hilda Rochna, la serenidad de uno de sus mármoles.
Ya en la explanada que conduce al ingreso de este centro de arte se ubica uno de los conjuntos más atractivos de la actual exposición. No solo lo integran artistas de siempre sólida producción, sino también cuenta con algún testimonio valioso de nombre mucho menos conocido. Comencemos por los primeros: Francisco Gacitúa, Mario Irarrázabal, José Vicente Gajardo , Aura Castro. Salvo el segundo de ellos, todos se manifiestan mediante la abstracción. Más allá de esa característica brillan la riqueza expresiva de Gacitúa, a través de la hermosa conjunción acero y granito; el expresionismo sugestivo y social de Irarrázabal; la delicadeza sensorial del claroscuro en las superficies pétreas de Gajardo; con el mismo material anterior, los bien trabajados espacios internos de Guajardo; la simetría tan sólida de Castro. Sumemos a ellos las gustadoras irradiaciones de Sergio Castillo. Y a un artista novedoso, Luis Inostroza. La bien desarrollada talla de su paralelepípedo de piedra amarilla decanta un seguro juego rítmico de superficies. La obra de Patricia del Canto cabría calificarse, quizá, de onírica instalación.
De nuevo en el interior del edificio comienza por imponerse la gran cabeza enigmática y burlona, sobre armazón que evoca las figuras coloniales vestidas, del muy recientemente fallecido Hugo Marín. Asimismo, deslumbra uno de los trabajos más bellos de la exhibición, el espléndido manto circular de Pilar Ovalle, concretado por medio de ricas texturas de madera. Asimismo del leño -ahora perfumado- se sirve Osvaldo Peña para su conocido navegante autóctono. Descuellan, por otra parte, siete ejecuciones de otras tantas autoras. Anotemos, pues, esa especie de piel de sirena, en que consistente el precioso vestido chorreante y cuajado con algas en medio de la maraña hilada, de Norma Ramírez; también hilos no solo materializan el realismo de un comedor de Catalina Mena, sino que nos trasladan ellos a un ámbito de sueños; algo parecido ocurre con Laura Quezada, la distorsión del tamaño de sus agujas y de la textura lanar nos conducen a un mundo fantástico. Por su parte, la solidez volumétrica de Elvira Valenzuela emerge en contrapunto con la linda volatilidad de las piedrecitas colgantes de Amelia Errázuriz, con la ilusión óptica sorprendente del simple adobe en forma de bola de Ana María Wynecken y con los maridajes violentos de Isidora Correa para el concepto de rotura. Añadamos la ironía de Fernanda Cerda, cuya simbólica ola arrasa el mobiliario ante su correspondiente podio vacío, el acertado minimalismo de Pedro Tyler, el granito como colmena de Carlos Edwards, Roberto Bascuñán y su abstracto acercamiento a una reclinada Venus de tuberías multicolores.
Bienal Nacional de EsculturaSelección nacional de volúmenes de ayer y hoyLugar: Centro de Arte Contemporáneo Cerrillos
Fecha: hasta el 2 de diciembre