Las tendencias de localización en Santiago se han revertido. Desde 2002 a la fecha, pasamos de extendernos como una mancha de aceite sobre la periferia -mientras el centro se despoblaba- a ser una ciudad que se densifica hacia el interior. Un cambio de escenario que se explica por distintos factores, como la saturación de los sistemas de movilidad o el incremento del valor del suelo, que ha dado preponderancia al arriendo. El efecto es que los santiaguinos están privilegiando volver a las comunas centrales y vivir en departamentos. Pero la oferta cultural, de equipamiento y de espacio público con la que seduce el centro, podría no ser suficiente para el futuro de este nuevo modelo; en especial, si se cae en un patrón de mera depredación inmobiliaria y baja inversión pública. Por fortuna, hay una magnífica oportunidad en la regeneración de sitios industriales hoy obsoletos.
A lo largo del antiguo cinturón de hierro o ferrocarril de circunvalación se despliega un "anillo interior" de lugares de oportunidad, cuyo potencial fue detectado hace ya varios años por el urbanista Roberto Moris. En su mayoría, sitios extensos, en inmejorable posición y con un atractivo patrimonio industrial. Entre los artefactos más valiosos están los gasómetros y la fabulosa casa de retortas de la ex Fábrica de Gas San Borja; las monumentales tornamesas de la Maestranza San Eugenio; la ex Fábrica de Azúcar y varias usinas representativas de nuestro breve paso por una modernidad fordista. En cada uno de esos nobles esqueletos cansados es posible imaginar proyectos como el Matadero de Madrid, el SESC Pompeya de São Paulo, el Highline de Nueva York o los desarrollos en King's Cross que se publicaron en este mismo medio la semana pasada. Hay un gran potencial estético en la reconversión de edificios productivos al uso humano, matizando su escala radical con un bálsamo de áreas verdes, usos culturales y esparcimiento.
Regenerar estos lugares con un proyecto integral de ciudad permitiría enfrentar la densificación con sustentabilidad, asegurando así un valor futuro. Más allá de una buena ubicación, la ciudad debe ofrecer la calidad de vida que los pequeños departamentos no pueden asegurar. Esta es la oportunidad de demostrar el virtuosismo de la asociación público-privada y de acompañar estos proyectos detonantes con instrumentos de planificación local visionarios.