Mon Laferte pica cebolla en la portada de su último disco "Norma" (2018), y la imagen, tan real en su normalidad, supone un acto reivindicativo. Durante años, según ha declarado la ex "Rojo", fue discriminada por una parte del público que veía en sus influencias como la cumbia y el bolero a un par de géneros que debían estar ajenos a un programa de TV por su reconocimiento con las clases bajas. Clasismo puro. Pero con una carrera que no tiene techo, la artista chilena ha desafiado y vuelto a popularizar esa cotidianidad.
A un año de "La trenza" (2017), el álbum que la consagró en el mercado hispanohablante, la mujer de "Amárrame" viajó a los Capitol Studios en Los Angeles, Estados Unidos, para grabar esta placa en un formato inédito para su catálogo: con la producción de Omar Rodríguez-López (The Mars Volta, At The Drive-In) y una orquesta en vivo, el trabajo se concretó a la primera, en una sola cinta de grabación. Una estrategia que le da una continuidad natural a una obra que, así como la española Rosalía en "El mal querer" (2018), cuenta una historia de amor tan sufrido como idílico y golpeado por la realidad.
Abre "Ronroneo" con una cadencia llena de sensualidad, arreglos de vientos y la ternura que abarca el enamoramiento cuando comienza a bajar el sol. Hay una cercanía a la época de los bailes de salón y de visualizar allí a Mon Laferte, sería verla con un vestido brillante y pomposo, un peinado definido por un coqueto prendedor para su cabello y la estampa de una
crooner inmejorable que se vuelca al tango y su calentura en "No te me quites de acá". Un juego vocal entre candidez y cachondeo que termina explotando en un desenlace épico como la última canción antes de la llegada del año nuevo.
Tras ese arranque, la artista comienza a llenarse de dudas y aprensiones sobre sus sentimientos. Al son caribeño canta "Por qué me fui a enamorar de ti", donde reza "Quiero comerte el corazón, te gritan mis brazos: ¡Necesito tu amor!"; para luego hablar de sus miedos en una balada pop de tono afectuoso llamada "Quédate esta noche". Le sigue "Caderas blancas", caracterizada por las percusiones y un acercamiento al
dembow híbrido construido desde los instrumentos orgánicos y los sonidos electrónicos.
Esos nuevos matices en la artista chilena se expanden incluso más en "El mambo", que guiña de entrada a ese género musical, pero que termina transformándose en un manifiesto feminista donde ella es la única que tiene el control sobre su vida y su sexualidad, traducido en un corte que se pasea entre el trap, la narrativa urbana y con alguna similitud al catálogo de Ana Tijoux.
Y hacia el final, Mon Laferte en toda su dimensión: la fiesta de "El beso" (un hitazo, realmente); la "Cumbia para olvidar" como cantada desde el escenario precario de un bar de mala muerte; y dos boleros que hablan del quiebre definitivo y de un eventual reencuentro amistoso -"Funeral" y "Si alguna vez", respectivamente- definen a "Norma" como su trabajo más consistente a la fecha. Una historia tan universal como llorar picando la cebolla bien finita, escondiendo en las lágrimas el resto de nuestros pesares.