Uno de los acontecimientos más anómalos de la historia del cine se produjo el 2 de noviembre pasado: la película testamentaria de uno de los mayores creadores que jamás haya existido, Orson Welles, fue estrenada por Netflix, donde está ahora disponible. Es imposible saber qué habría opinado Welles de que su película final, inconclusa, apareciera en un soporte de naturaleza televisiva, dentro de un mercadillo de chucherías industriales. En el pequeño tenderete que le ha tocado, se alcanza a divisar cierto sarcasmo involuntario cuando una pandilla de gente en fiesta llega a ver una película en la magnífica pantalla de un autocine que domina todo un paisaje.
No habría ninguna razón para escribir estas líneas si esta anomalía no tuviese dimensiones históricas. Hace más de 40 años, cuando la rodó, Orson Welles concentró en esta película una reflexión espesa, lúcida y sardónica sobre el estado del cine, y quizá si ha caído donde está será porque alguna parte de su diagnóstico sombrío se ha cumplido.
Al otro lado del viento es una cinta compuesta por dos películas en una: por un lado, la fiesta en que se exhiben, ante sus colaboradores y un tumulto de admiradores y periodistas, los fragmentos de una cinta filmada por un director de culto, Jack Hannaford (John Huston), que se está quedando sin presupuesto; y por otro, esos fragmentos, que sugieren una historia cursi de sexo y falocracia ambientada
à la Antonioni.
En la corte de colaboradores, Welles exigió la realidad irrealista del cine: hay una decena de cineastas que actúan como cineastas -Claude Chabrol, Paul Mazurski, Dennis Hopper- y otros tantos actores secundarios e históricos, como Paul Stewart, que acompañó a Welles en un papel ligeramente similar en
El ciudadano Kane, ¡40 años antes! En la corte de los admiradores hay estudiantes de cine que hacen preguntas pedantes -"¿Cuál es la diferencia estética fundamental entre el
zoom y el
dolly?"-, críticos que encuentran lecturas retorcidas -Julie Rich es una recreación de la casi siempre equivocada Pauline Kael- y periodistas en manada, que lo graban y filman todo.
Welles hizo esta película con una estrategia de guerrilla similar a la que usó en su versión de
Otelo, en la inacabada
Don Quijote y en el (falso) documental
Con F de falso: extrema fragmentación de los planos, diálogos superpuestos y muchas fuentes de sonidos y relatos. A través de ellos lleva el fino hilo -nada fácil de seguir- de la pesadumbre de un arte que se devora a sí mismo en sus inacabables complejidades comerciales y personales.
Welles dejó más de cien horas de filmación. Solo se puede confiar en la buena fe de su hija Beatrice, de su discípulo Peter Bogdanovich, de especialistas como Jonathan Rosenbaum y del experto editor Bob Murawski para aceptar que esta es exactamente la película que habría presentado Welles. Pero no hay duda de que circula por ella el espíritu del genio.
Al otro lado del vientoDirección: Orson Welles.
Con: John Huston, Oja Kodar, Peter Bogdanovich, Susan Strasberg, Lilli Palmer, Norman Foster, Paul Stewart.
122 minutos.