La experiencia que como escritora de guiones posee Valeria Vargas (Santiago, 1969) ha colaborado con gran efectividad para que su primera novela manifieste una agilidad narrativa que domina el argumento desde las primeras páginas del libro hasta concluir en el desenlace de la historia. El ritmo de las peripecias que relata Laura Naranjo, su protagonista y narradora, no desfallece en ningún instante, ni permite tampoco que el lector desvíe su atención hacia otro lado que no sea el libro que tiene entre manos.
Laura es una mujer joven afectada por una dolorosa ruptura sentimental que ha tenido lugar poco antes de las insólitas experiencias en que se ha envuelto. Además, una cesantía que se arrastra por mucho tiempo ha transformado su vida en una monótona sucesión de insignificantes hábitos cotidianos. No es que ella se defina a sí misma o que declare la herida que lleva en su interior. Sus gestos y las pequeñas decisiones que toma frente al lector dibujan su perfil, como si la contempláramos en el escenario de una historia televisiva. Cuando el lector la conoce por primera vez es un personaje que mata el tiempo y el aburrimiento deambulando por el barrio Ñuñoa, al que se refiere como un barrio de viejos. Pero un acontecimiento inesperado provoca un cambio radical en su existencia: recibe un encargo para llevar a cabo una investigación sobre criminales chilenos del siglo XX. Sin todavía saberlo, aceptar con entusiasmo la empresa la enfrentará después, al igual que a todo héroe de historias de misterio e intriga (hombre o mujer), a un enigma cuya resolución significará el triunfo del orden sobre las alteraciones que en un espacio reducido de la realidad ha provocado su ausencia. Sus investigaciones la ponen en contacto con un curioso grupo de ancianos de Ñuñoa que se dedican a resolver crímenes antiguos que han permanecido irresolutos. Al mismo tiempo que uno de ellos, a quien Laura apoda el Alemán, le revela su biografía, otra anciana del grupo es degollada en su domicilio. A partir de estos episodios se configura una historia familiar donde se revela que bajo la placidez de un presente al parecer inalterable permanecen vivas, oscuras y dolorosas raíces del pasado. Estoy anticipando, pues, que el mundo imaginario de
El misterio Kinzel no posee la atmósfera social característica de un neopolicial posmoderno, sino la de un relato de misterio tradicional donde se busca descubrir a un individuo que comete crímenes contra otros individuos. En la novela de Valeria Vargas, crimen es el resultado de una alteración conductual del personaje que lo comete y no la consecuencia de comportamientos provocados por una circunstancia histórico-social desequilibrada o defectuosa, como ocurre, por ejemplo, en las novelas de Ramón Díaz Eterovic.
Valeria Vargas ha construido con habilidad y soltura un relato de enigma que se acomoda a la fórmula ¿quién lo hizo? utilizada por los autores clásicos de la novela policial, con Agatha Christie a la cabeza. La historia de
El misterio Kinzel se desarrolla de acuerdo a códigos estrictamente narrativos que otorgan a su argumento incesante agilidad despojándolo de referentes que no sean asimismo narrativos. Entre ellos se cuentan, por ejemplo, la construcción de personajes de conducta ambigua; equivocadas sospechas, situaciones insólitas, equívocas o engañosas; cambios de fortuna y pistas falsas que orientan la atención del lector hacia direcciones ciegas o indicios que poseen función inversa y, también, motivos que no conducen a ninguna parte. La secuencia sentimental de Laura con H y después con Rodrigo, que corre paralela al develamiento del enigma y que haría arriscar la nariz a algunos autores policiales clásicos, mantiene un adecuado equilibrio narrativo con aquel. Y con la misma habilidad, Valeria Vargas sabe usar en momentos adecuados detalles simpáticos que distancian al lector de la inmediatez del conflicto criminal que se desarrolla frente a sus ojos.
El misterio Kinzel es una novela escrita para entretener, y lo consigue a la perfección.