"Cuando llegué a la ciudad era de madrugada. El barco demoró más de la cuenta. Era la última pasajera: todos se habían bajado casi huyendo, como si escaparan de la muerte. Yo no tenía nada que perder. Tomé mi equipaje y me despedí de los muchachos. El muelle estaba vacío. Salvo por unas ratas, no se veía a nadie por ahí. Solo se podía caminar y eso estaba bien. Nada me apuraba. La atmósfera de la ciudad era la misma de una fiesta cuando se acaba. Los restos, la temperatura de los cuerpos seguía ahí, aunque ya no quedaba nadie. 'Una ciudad habitada por fantasmas', pensé".
Estamos ante el comienzo de
Las oscurecidas , primera novela de Carmen García (Santiago, 1979) y el pasaje transcrito plantea el tono de la historia, el punto de vista narrativo, el ambiente humano y el clima físico y espiritual que persiste en la innominada ciudad donde transcurren los hechos, que es, por supuesto, un puerto ya que la protagonista llega y finalmente se va de allí en barco. De hecho, el libro está dividido en cuatro partes, correspondientes a las cuatro estaciones del año y si bien puede advertirse uno que otro rasgo distintivo con respecto a los meses durante los cuales transcurre el relato -tormentas, nieve, lluvia, humedad, viento, sequedad-, la información que García nos entrega sobre el lugar que ha escogido para situar su relato es mínima, casi inexistente.
Y es así porque, aparte de carecer de nombre, tampoco ese enclave urbano tiene signos distintivos de alguna clase, como calles determinadas, plazas que posean designaciones, en fin, correos, oficinas, edificios públicos o lo que sea que pudiésemos calificar como pueblo, localidad, villa.
Esta indefinición también se extiende a los personajes: de Rita, la heroína y narradora en primera persona, ignoramos todo; otro tanto vale para Elena, Maggi, Anik, la doctora Scheel -salvo que es bibliotecaria-, Otis, Teo y unos pocos más, cuyas biografías nos son ajenas hasta el punto de hacérsenos indiferenciables, casi intercambiables. Desde luego, se trata de una elección deliberada de García puesto que nadie escribe una ficción así sin hacerlo de modo premeditado, sin planificar, desde principio a fin, que nos sintamos frente a un grupo de espectros, quienes nada en común tienen con las personas que habitualmente tratamos. Y forzoso es decirlo, a partir del total desconocimiento sobre seres tan imprecisos, la autora es capaz de construir una trama realmente interesante, realmente curiosa y, claro, rara en extremo, gracias a que, fuera de unas breves pinceladas descriptivas, nunca tendremos idea del pasado, las profesiones, las trayectorias de entes imaginarios, para quienes todo rige en tiempo presente.
Las oscurecidas , entonces, nos va contando los percances de Rita en el lugar donde decidió sentar sus reales por un año, a lo largo de las cuatro estaciones del año. Aun cuando no sean espectaculares, resultan por lo general muy estrambóticos: decide vivir en un departamento donde jamás entra la luz del día; y como tiene que trabajar en algo para ganarse el sustento acude a una biblioteca para clasificar volúmenes. Luego traba amistad con Otis, un muchacho guapísimo que frecuenta un bar, quien participa en ritos religiosos inclasificables de tipo hinduista a los que Rita se presta de buena gana, sin que logremos captar en qué consisten, excepto que nos hallamos en la Iglesia del Misterio, con ceremonias que culminan en la exclamación "Pero brillamos, pero brillamos". Rita pasa una noche de pasión con Otis, quizá se enamora de él, pero el chico se hace humo debido a obligaciones familiares y, para variar, tal vez por causa de que forma parte de una fantasmagoría, la narradora ni siquiera parece afectada por su ausencia. Por intermedio de Otis, se relaciona con Teo, un taxidermista que embalsama pájaros y enseña su arte a Rita. Akin resulta la actriz de reparto más atractiva y por cierto, más peculiar: se viste de forma llamativa, dice cosas especiales, baila como posesa, fuma y bebe sin moderación y tras tomar parte en sucesivos incidentes indescriptibles, a lo mejor subidos de tono, informa a Rita que padece una enfermedad mortal. Rita y Maggi la asisten en sus últimos días y cuando ya ha fallecido, la trasladan al templo donde se practican celebraciones orientalistas. Hay asimismo otros tramos significativos y otros seres vivos que pueblan la narración, tales como una gata enana llamada Sombra, roedores amistosos, una planta de interior que se está secando, aun cuando podría salvarse en virtud de los cuidados de Rita y suma y sigue.
Resumida de esta manera, podría pensarse que
Las oscurecidas es una intriga sin ton ni son. No hay tal. García posee un estilo cuidado, ora tenue, ora áspero, que muchas veces deriva en la prosa poética, lo que es natural, en verdad inevitable en quien solo ha publicado poemarios con anterioridad a este título. Por lo tanto, independientemente de su estructura suelta y un tanto deshilvanada, leerlo puede ser una fuente de genuino placer y la obra se sigue de corrido. Sin embargo, estamos ante un texto que es de tipo terminal. Ni qué decir tiene, García puede hacer lo que le dé la gana con las palabras y el lenguaje y nadie tiene derecho a criticarla por sus opciones temáticas o metodológicas. Con todo, al llegar tan lejos en su primer trabajo novelístico, es probable que haya topado fondo. Esto solo constituye una hipótesis pasajera, pues
Las oscurecidas es un promisorio debut ficcional.