El informe reciente sobre el desarrollo de la economía mundial del Banco Mundial (WDR 2019 como se le conoce por sus siglas en inglés), titulado "La Naturaleza Cambiante del Trabajo", explora las implicancias para el mercado laboral y las políticas públicas de los cambios disruptivos generados por la llamada Cuarta Revolución Industrial, que está surgiendo a partir de la penetración y los avances de la inteligencia artificial, la robótica y el aprendizaje de las máquinas.
Esta revolución, que abre oportunidades para aumentar la productividad, el crecimiento y el bienestar, genera a la vez preocupación por sus eventuales efectos negativos en el empleo agregado, la demanda por ciertos tipos de trabajadores y los salarios. A su vez, tiene implicancias para las políticas de educación, capacitación y laboral. A este tema ya me referí en una columna anterior. En ese momento subscribí la tesis de que lo más probable era que los efectos netos en el empleo de esta revolución serán positivos, pero sí va a generar una recomposición de la estructura de empleos y salarios, que debe enfrentarse con una política pública orientada a mejorar la educación, las políticas de formación y capacitación y la flexibilidad y adaptabilidad laboral para que nuestro país se beneficie en forma más plena de esta revolución y se minimicen los potenciales efectos negativos en el mercado laboral.
El WDR 2019 concluye que la idea de que esta revolución va a desplazar masivamente a los humanos es exagerada, pero sí generará cambios en la estructura del empleo por sectores y por tipo de calificación, con una caída en el sector manufacturero y un aumento en los sectores de servicios. Esto surge como efecto de esta revolución, en conjunto con los aumentos de ingresos, la globalización y la incorporación creciente a la economía mundial de China, India y otros países emergentes de Asia.
Por una parte, aumentará la demanda por trabajadores con mayores habilidades cognitivas (tales como pensamiento crítico y capacidades de solución de problemas), mayores habilidades socioconductuales (como creatividad, curiosidad y trabajo en equipo) y más adaptables que, por lo general, desempeñan tareas no rutinarias que no se pueden reemplazar por la automatización, mientras que, por otra parte, disminuirá la demanda por trabajadores que desempeñan tareas rutinarias fáciles de automatizar. Además, el aumento de ingresos que hacen posible estas innovaciones aumenta la demanda agregada de trabajo, especialmente en servicios.
Como los cambios en la oferta de capital humano son lentos, esta revolución terminará aumentando en el corto plazo los salarios relativos de las personas con mayores habilidades para operar estas tecnologías. Para que los niños de hoy y el resto de los trabajadores adquieran tales habilidades, necesarias para el mercado laboral del siglo XXI, se requiere de una revolución paralela en la formación de capital humano y en la capacitación a lo largo de la vida laboral de los trabajadores.
De acuerdo con el WDR 2019, el capital humano "consiste en el conocimiento, las habilidades y la salud que las personas acumulan a través de su vida". Este capital contribuye tanto al bienestar de los individuos como de la sociedad. La manera más efectiva de preparar a las personas para construir las habilidades que demanda el mercado laboral del siglo XXI es preocuparse de la inversión en capital humano en las etapas tempranas de la vida. La inversión temprana en nutrición, salud, protección social y educación construye los cimientos para la adquisición de tales habilidades. Existe amplia evidencia que muestra que la arquitectura del cerebro se forma entre el período prenatal y los 5 años, y que esa etapa es clave para el desarrollo de habilidades cognitivas y socioconductuales, que son precisamente las que más se demandan en la economía del siglo XXI.
Son preocupantes las grandes diferencias de la inversión en capital humano en las etapas tempranas de la vida (antes de los 5 años) entre niños que provienen de los hogares más pobres y el resto. De allí la importancia de invertir en aumentar las oportunidades para acumular capital humano -a través de educación temprana de buena calidad y amplia cobertura y de mejoras en los programas de nutrición y salud infantil- de los niños que provienen de los hogares más pobres de nuestro país. En este sentido, el programa Chile Crece Contigo es destacado por el WDR 2019 por apuntar en la dirección correcta al integrar los servicios de salud, nutrición, educación y servicios de protección desde los años iniciales de vida.
La educación terciaria y la capacitación también cumplen un rol importante en la preparación de habilidades para el siglo XXI por su contribución como fuentes de innovación y de colaboración en la adopción de estas en la economía como un todo. En cuanto a la educación terciaria, expandir la gratuidad en este nivel cuando todavía hay diferencias notables en el acceso a educación, salud y nutrición temprana de calidad entre los niños que provienen de hogares de altos y bajos ingresos termina siendo una inversión muy regresiva, dado que beneficia principalmente a las personas que pudieron acumular más capital humano en sus años iniciales de vida y que, como resultado, pueden aprovechar de mejor forma el subsidio a la educación universitaria. Esa política termina deteriorando aún más la desigualdad de oportunidades y de ingresos.
En lo que se refiere a la capacitación, se recomienda reformular el sistema para que responda de mejor forma a las necesidades que, crecientemente, demanda el sector productivo y que permita la adquisición de las habilidades requeridas para trabajar con las nuevas tecnologías. Una mayor adaptabilidad y flexibilidad laboral, acompañadas de seguros asociados y programas de reconversión de trabajadores, es necesarias para facilitar que tanto empresas como personas se puedan beneficiar de estos avances (ver capítulos II y VI del Informe de la Comisión de Desarrollo Integral dado a conocer esta semana cuyo título es +100 Propuestas para el Desarrollo Integral de Chile).
Con todo, la prioridad de la educación pública tiene que ser la educación temprana, que es donde se desarrollan las habilidades y capacidades requeridas en este siglo y es también donde se generan las causas más profundas de la desigualdad de oportunidades.
El estudio del Banco Mundial incluye también, por primera vez, la elaboración de un Índice de Capital Humano (ICH) que tiene como objetivo medir la calidad del capital humano de los países en dimensiones necesarias para preparar a la fuerza laboral para el mercado del trabajo del siglo XXI. Específicamente, el ICH intenta capturar el monto de capital humano que un niño que nace hoy podría esperar alcanzar cuando cumpla 18 años.
El índice cubre tres componentes: sobrevivencia medida según la probabilidad de alcanzar los 5 años de vida; educación medida por los años de escolaridad y la calidad de la educación recibida (medida esta última por los resultados de pruebas de rendimiento), y salud, el que a su vez tiene dos dimensiones, fracción de niños sin retardos de crecimiento y la tasa de sobrevivencia de los adultos. Cada uno de estos componentes es ponderado por su contribución a la productividad. El ICH se mide en unidades de productividad relativa a un punto de referencia correspondiente a educación completa y salud plena.
Los resultados de la primera medición del ICH indican que, en una escala de 0 a 1, Chile obtuvo 0,67; esto es, si las condiciones educacionales y de salud actuales persisten, un niño que nace hoy tendrá solamente dos tercios de la productividad que podría lograr si tuviera educación y salud plena. En un ranking entre los 157 países medidos con esta métrica, Chile alcanza el 45, la posición más alta entre todos los países de América Latina. Sin embargo, está prácticamente empatado con Vietnam, que ocupa el lugar 48, a pesar de que este país tiene un nivel de PIB per cápita (6.927 en dólares a paridad de poder de compra) substancialmente inferior al nuestro (24.591 en la misma medida).
La alta posición de Vietnam se debe a que obtiene mejores resultados en las pruebas de rendimiento, un área en la que hemos avanzado en los últimos años (mejorando también con respecto a otros países de la región), pero que aún presenta retraso respecto del rendimiento que logran los estudiantes de los países avanzados y de países que han priorizado la calidad de la educación, como son los casos de Polonia y de países asiáticos. De hecho, Polonia introdujo reformas educacionales en el período 1990-2015 que condujeron a uno de los avances más rápidos en los resultados de las pruebas PISA entre los países de la OCDE, y Vietnam ha mejorado de tal forma el aprendizaje en su sistema educacional que en las pruebas PISA hoy supera el promedio de la OCDE, aunque tiene un PIB per cápita muy inferior.
De allí, la principal lección para Chile es la importancia de avanzar más decididamente en mejorar la calidad de la educación. Esto pasa por revisar los métodos y los programas para que la educación contribuya al desarrollo de las habilidades que se requieren en el siglo XXI. Estas reformas tienen que poner su prioridad en la educación temprana, pero tienen que abarcar también la básica, media y técnica, para así formar estudiantes que estén mejor preparados para aprovechar las oportunidades y enfrentar los nuevos desafíos de la economía del siglo XXI y en el proceso contribuyan a que el país aproveche esta revolución para aumentar la productividad y contribuir al desarrollo integral del país.