El Evangelio de este domingo contiene dos partes que se complementan entre sí: por un lado, la dura crítica de Jesús a los escribas, y por otro, el testimonio de generosidad de la viuda pobre que hecha dos monedas en el templo.
En la primera parte,
Jesús trata con dureza a los escribas y les critica el que busquen aparentar y obtener privilegios. Les reprocha que hayan puesto su confianza en la aceptación que tengan por parte de los demás y no en Dios. Esto es lo que reflejan sus vestiduras aparatosas y el que buscasen los primeros puestos. Detrás de esto, sucedido en tiempos de Jesús, está la cultura de las élites que hemos ido fomentando y que el Papa Francisco ha hecho referencia. Es una cultura en la que la aceptación del otro es lo que, en definitiva, nos da certeza y seguridad. Y justamente este es un peligro del que el Señor nos quiere prevenir: Él denuncia una religiosidad externa, centrada en las apariencias, pero que, en definitiva, es superficial y busca el propio beneficio a costa de la aceptación de los demás.
Este fenómeno se observa en nuestra sociedad hoy y, por desgracia, se manifiesta dentro la Iglesia. Está en la base del clericalismo tan criticado en estos días: la carrera por los primeros puestos, por los títulos honoríficos y la búsqueda de aplausos y privilegios. Ejemplo de ello es también la jerarquía piramidal, muchas veces mal comprendida como un privilegio, y no como un servicio.
Esto es contrario al Evangelio y debe ser erradicado. Nosotros tendemos a restarle importancia, pero el Señor es muy duro y claro respecto de esta situación, y sin duda quiso prevenir a sus discípulos de que esta actitud se pudiera entremezclar en la Iglesia naciente. Debemos, por tanto, tomar en serio sus reproches y, sobre todo, el por qué es una actitud equivocada.
En contraste con estos escribas, el evangelista presenta la figura de una viuda pobre, modelo de la auténtica religiosidad. Ella hace un gesto silencioso, sin llamar la atención de nadie, y deposita sus dos monedas, las únicas que poseía, en el templo. No conoce a Jesús, no sigue sus enseñanzas y no era su discípula. Sin embargo, se comporta de un modo totalmente evangélico: aquí no se trata de analizar si ha dado mucho o poco. Ella ha dado todo por Dios. Le entrega todo a Dios.
Esta es la imagen del verdadero discípulo. ¿Cuántas veces nosotros, más bien, sacamos calculadora para hacer la caridad o el bien a los demás? Pensamos que esta consiste en una limosna más o menos suculenta, pero solo termina calmando nuestra conciencia ante la pobreza o la injusticia. Esto no es la caridad cristiana.
La caridad no es limosna, sino una forma de vida donde el prójimo se convierte en el centro de nuestra vida y de nuestras opciones. Al Señor hay que darle todo lo que tenemos y todo lo que somos. Los bienes son para compartirlos, y convertirlos así en una forma de amar y servir.
Me llama la atención cómo el Evangelio constantemente nos da vuelta lo que nos parece tan obvio. Hoy, el escriba está del lado de los criticables y cuestionados por el Señor, de los que se buscan a sí mismos y se aprovechan de los demás, de los que ponen sus seguridades en la aceptación de los otros. Mientras que la viuda pobre, al igual que en otras ocasiones los enfermos, las prostitutas, los pecadores, ocupa un lugar especial en el corazón del Señor: ella se siente necesitada de Dios y pone en él su confianza. Y tú, ¿en qué lado estás? ¿Buscas validarte a través de la aceptación de los demás o estás dispuesto a entregarlo todo por los demás?
"Entonces llamando a sus discípulos, les dijo: De cierto os digo que esta viuda pobre echó más que todos los que han echado en el arca; porque todos han echado de lo que les sobra; pero esta, de su pobreza echó todo lo que tenía, todo su sustento"(Mc. 12, 43-44)