George Orwell en su libro "1984" cuenta de un tirano que destruía palabras para afianzarse en el poder y aseguraba: "Al final, haremos imposibles los delitos del pensamiento, porque no habrá palabras para expresarlos". Hoy, quien vende una computadora, por ejemplo, tiene miles de compradores, quien vende palabras no tiene casi compradores. El hecho entraña un peligro, porque la falta de palabras trae aparejada la falta de expresión. Y la falta de expresión afecta la capacidad de pensar. Al menos del pensar que espera ser comunicado. Es impresionante cuánto habla la gente. Habla para usar un maravilloso don que solo tenemos los hombres. No siempre para comunicar. Tal vez porque perdió la ilusión de ser escuchado.
Basta hacer el siguiente ejercicio: Diga usted algo sustantivo o cuente algo que le parece importante o significativo. Y fíjese cuántos de sus interlocutores hacen preguntas y cuántos aprovechan la ocasión para contar a su vez algo propio. No es un acto de egoísmo ni una señal de no haber escuchado. Es una necesidad casi desesperada de usar un don que solo tenemos los seres humanos: ¡la palabra! Expresar, comunicar, ser escuchado, es casi lo único que nos diferencia de los animales. Pero expresar y comunicar no es posible si no somos escuchados. Y si no nos comunicamos, nos quedamos solos.
En una escena en una película, una familia no se dirige la palabra mientras come. Tal vez cada uno siente que nada de lo que tiene que decir es importante. ¿Quién dijo que las conversaciones se producen a propósito de cosas importantes? Las conversaciones son solo el relato de pequeños cuentos o de opiniones a propósito de hechos vividos o descubiertos en otras conversaciones o de la experiencia cotidiana de quienes se conocen y se quieren. Se aprende a conversar en familia. Es parte de las costumbres que solo se aprenden en grupo. Si no hablamos en familia, si no se nos enseña a conversar preguntando y respetando un relato sin interrumpir, si no se nos da un pequeño espacio de expresión en la formación familiar, no sabremos conversar y nos perderemos la maravilla de escuchar a otros, de conocer otras experiencias e historias.