Se podría suponer que el infrecuente teatro epistolar, subgénero con relatos armados solo a partir de cartas (recordamos el que quizás sea su máximo exponente, "Love Letters", con dos versiones aquí, en los 90 y 2011), pasó al olvido ahora que el e-mail y el WhatsApp extinguieron el placer y la intimidad de la correspondencia escrita a mano. Pero no es así. En el último lustro esta, "Paradero desconocido", gozó de exitosas reposiciones en Broadway, París y Buenos Aires, entre otras plazas.
Su origen está en la novela corta que dio fama a la escritora estadounidense Elizabeth Kressmann Taylor, definida como "la más eficaz denuncia del nazismo desde la ficción", cuyos horrores además prefiguró. Publicada en 1938 primero en una revista, luego fue un libro superventas; desde que se reeditó en 1995 con motivo del cincuentenario de la liberación de los campos de concentración, ha sido adaptada para la escena en diversos países. La que se da aquí es la ágil versión neoyorquina de 2004 que escribió y dirigió el británico Frank Dunlop.
El texto muestra el deterioro de la estrecha amistad de dos hombres en los 40 años que se quieren como hermanos y son dueños de una galería de arte en California. Uno de ellos decide retornar a su Múnich natal, dejando a su socio judío-estadounidense a cargo del negocio. El alemán además tuvo un tormentoso amorío adúltero con la hermana menor del otro, una actriz que trabaja ahora en Viena. El puñado de cartas que ellos intercambian entre 1932 y 1934 refleja cómo se van distanciando arrastrados por el desarrollo de los acontecimientos políticos, mientras Hitler sube al poder e impone su ideología.
A diferencia de lo que sucede en el teatro epistolar, por lo general con una pareja de protagonistas, esta lleva el interés de la historia más allá de un puro devenir romántico; como lo hizo el notable exponente chileno "Cartas de Jenny" (1989, reestrenada en 2014), sobre la absorbente relación de una viuda joven con su hijo único. De partida puede sonar algo anticuada con el relato progresando solo mediante la oralidad, pero pronto los 70 minutos de la jornada se vuelven atrapantes al revelar cómo la intimidad personal es profundamente afectada por la contingencia sociopolítica. Hasta el punto que adquiere los rasgos de un thriller avanzando hacia un desenlace que parece venganza, pero califica mejor como un acto reparatorio de justicia.
Bien dirigido por Andrés Céspedes, la puesta logra dar tanto movimiento escénico y vitalidad a la entrega que al poco rato uno se olvida de que solo oímos lenguaje epistolar. El director modula con fluidez la acción haciendo que no moleste el que uno de los ejecutantes entre a la mitad del escenario reservada al otro; más aún, por breves momentos parecen interactuar, lo que nunca ocurre en el género.
Aparte de que los actores Eyal Meyer y Víctor Montero lucen siempre convincentes, precisos y afiatados, el director reserva una atractiva vuelta de tuerca: es Meyer quien encarna al pronazi antisemita. La puesta, de sobria elegancia, incorpora hermosas proyecciones sectorizadas. Su sentido histórico acerca de tragedias colectivas y atropello a los derechos humanos permite que la versión amplíe su resonancia local con expresiones tales como "cómplice pasivo". El estreno es, de seguro, el acierto de repertorio con mayor peso de esta sala desde su reinauguración en 2016.
Corporación Cultural de Las Condes. Viernes y sábado a las 20:00 horas. Domingo a las 19:00 horas. Hasta el 25 de noviembre.