Todo chileno tiene raíces campestres. Retrocédase no más de 4 o 5 generaciones y se llega a la ruralidad. Una ruralidad "infausta", como decía Rolando Mellafe. Primero (o segundo; da lo mismo) vienen inundaciones: multitudes de gallinas encaramadas en el tejado, desconcertadas vacas a dieta líquida, y desdentadas abuelitas, húmedas hasta el mismísimo gorro chilote. Apenas se seca este mojado espectáculo, sobreviene la sequía, que nos muestra los mismos potreros llenos de carcasas disecadas de las antedichas vacas; atoradas por la polvareda, las mismas abuelitas con los mismos gorros chilotes clamarán por caldo y ayuda alcaldicia. Sólo las gallinas habrán conservado la ecuanimidad, convencidas de que "así es la vida", y persistirán en tal convicción hasta el instante preciso de convertirse en ingredientes, momento en que dejará absolutamente de importar su muy probable cambio de opinión al respecto.
Frente a este campo, surge el recuerdo de "la campiña" inglesa que es, básicamente, el mismo esquema de potreros, vacas, gallinas y viejas. Pero allá, naturalmente, sin las alteraciones y alborotos que experimentamos en Chile, por lo que todo es suave, limpio, pintoresco, ondulado, rubio, contento, pacífico y tan floreado como la Reina, que es el epítome de todo lo inglés, no obstante su raigambre mayoritariamente alemana (mantenida siempre en discreta sordina).
¡Oh, y qué proporcionadas bellezas las de ese campo inglés, comparable sólo con las -por cierto, desapacibles- hermosuras de Temuco! Un clima ideal para verduras de todo tipo, y para las frutitas salvajes y acidonas de esas latitudes (ciruelas, grosellas y mil otros "
berries"; nada muy suculento ni aromático). Pero ¡las verduras! Si se descuenta la chapucería de tanta gringa atarantada, que presenta a la mesa una fuente de verduras aguachentas con una mantequilla diluida en el mal colado caldo de cocción, la mejor forma de comerlas es, precisamente, meramente cocidas, en su ternura original, y brillantes por una generosa cantidad de mantequilla fresca. Se comprende así que el menú dominical de cualquier "
gentleman farmer" sea un maravilloso asado de vaca (en esto de asar, los ingleses no tienen en Europa más competencia que la que les presenta Castilla), flanqueado de papas asadas y verduras cocidas y enmantequilladas. A todo lo cual se agrega, para aprovechar los jugos del asado, la simple delicia siguiente.
El "Yorkshire pudding"
En un bol mezcle 2 tazas de harina tamizada con 1 cdta para té de sal. Bata 2 huevos, mézclelos con 1 taza de leche. Haga un hoyo en el centro de la harina y vierta la leche, más 2 cdas de mantequilla derretida. Mezcle bien. Refrigere 2 horas. Vierta poquito aceite en cada hoyo de un molde para cupcakes (aquí usaremos uno de 12 hoyos), caliéntelo muy bien al horno, luego distribuya la mezcla en los hoyos, hasta media altura. Hornee unos 40 minutos. Retire. Los puddings suelen desinflarse. No se le dé ná. Se sirven tibios con el asado.