"La casa lobo" es quizás uno de los largometrajes más inusuales que se han estrenado en los últimos diez años en Chile. El que haya sido dirigido por los chilenos Joaquín Cociña y Cristóbal León lo hace más sorprendente todavía.
La cinta trabaja con una técnica de animación llamada
stop motion, que para quien no esté familiarizado con ella, consiste en fotografiar objetos reales modificando su posición gradualmente, de manera que al correr la secuencia de fotografías como una película, los objetos parecen moverse de manera "natural" o "animada". Esta técnica, pese a lo exigente que resulta su proceso artesanal, ha ganado un lugar de respeto entre quienes aprecian las películas animadas, gracias a la calidez de su naturaleza análoga, a su encanto retro y al cuidado plástico y dramático que, dada la planificación que requiere, sus realizadores ponen en ella.
"La casa lobo", sin embargo, contraviene frontalmente estas cualidades. Su atmósfera claustrofóbica, asfixiante y lúgubre se basa, en buena parte, en hacer visible la factura del
stop motion. Dicho de otra forma, la cinta no pretende crear una impresión acabada de una "realidad" aparte, sino que traspasa la costura de la realidad que se está montando. No llega tan lejos como para revelar a los realizadores moviendo piezas, pero los objetos y personajes sí se arman y desarman delante de nuestros ojos, con una fina producción de sonido que acompaña esos movimientos. El resultado son personajes y cosas casi siempre a medio hacer, a medio completar, fracturados, sostenidos por cintas adhesivas, precarios, "feos" en un sentido tradicional de la palabra, expresivos y expresionistas vistos de otra manera.
"La casa lobo", quizá hay que explicar a esta altura, sigue a María (voz de Amalia Kassai), una niña que, luego de ser castigada por dejar escapar a dos cerdos, se arranca de algo muy parecido a Colonia Dignidad y, después de atravesar el bosque, llega a una casa abandonada donde se encuentra con los dos animales. Amenazados por un lobo que supuestamente los ronda, los tres se encierran y cosas raras comienzan a pasar. No es una cinta para niños, evidentemente. Si bien posee la estructura aparente de un cuento infantil, tiene la atmósfera y el tono de una pesadilla febril, de aquellas que no asustan pero oprimen por la repetición y el encierro.
El conjunto, sin embargo, tiene más conexión con las artes plásticas que con el cine. Esto podría ser materia de discusión, es cierto, pero se justifica si se ve que de "La casa lobo" se obtienen más impresiones visuales que narrativas o emocionales. Si bien existe una situación inicial y una final, tal como en una fábula, los personajes están apenas bosquejados y lo que acontece es mínimo. En otras palabras, no hay casi trabajo en la construcción de un arco narrativo. El todo impresiona por su barroca visualidad, por su atmósfera febril y oprimente, por algunos toques de humor negro, que involucran homenajes (o parodias) de imágenes visuales de consumo masivo, tipo paisaje "Village" o "El niño que llora". Pero no se puede dejar de pensar que una anécdota más robusta, una concepción dramática más nítida, hubiera podido extender la elocuencia de su propuesta.
La casa lobo
Dirigida por Joaquín Cociña y Cristóbal León.
Con voces de Amalia Kassai y Rainer Krause.
Chile, Alemania, 2018, 75 minutos.