De notable calidad fue el recital que el miércoles ofrecieron la violinista Frida Ansaldi y la pianista Frida Conn en el auditorium de la Fundación Cultural de Providencia. En el programa, solo franceses: el barroco Jean-Marie Leclair (1697-1764), Darius Milhaud (1892-1974) y Claude Debussy (1862-1918).
Es un lugar común hablar de la proverbial claridad francesa, manifiesta en su arte, literatura y filosofía. Frente a la afirmación de Braque: "El jarrón da forma al vacío, y la música al silencio", puede afirmarse que en la música francesa hay rasgos distintivos que la diferencian evidentemente de otras aproximaciones que intentan "dar forma al silencio". Hay una manera germana, una italiana, y muchas otras. La manera francesa tiene rasgos definibles y por eso pareció interesante contrastar una propuesta barroca con obras del temprano siglo XX, para comprobar la persistencia de ciertos rasgos a despecho de los estilos históricos tan diferentes. Sin ánimo reduccionista, quedémonos con dos: la claridad diáfana del discurso (
clarté) y la blandura y suavidad en la construcción melódica (
morbidezza). Justamente, esas características podrían definir también el arte de Frida Ansaldi y Frida Conn.
Leclair puede considerarse como el padre de la escuela violinística francesa. Bajo la influencia inicial de Corelli, Geminiani y Vivaldi, logró un lenguaje original de gran atractivo, que está claramente presente en su sonata en re mayor opus 9 N° 3, obra perfectamente articulada en su formulación y que, con gran consecuencia, fue lúcidamente reformulada por parte de las excelentes intérpretes. La sonata es de las más conocidas de Leclair, en parte por el regocijante movimiento final, el
Tambourine, de carácter festivo y popular.
Escasa es hoy la presencia de Milhaud en los programas. Con un catálogo de más de 400 obras, que incursiona en casi todos los géneros, Milhaud sorprendió con sus experimentaciones politonales, exotismos y aproximaciones al jazz y al cabaret. Tenía solo 19 años (1911) cuando compuso su Sonata Nº 1 opus 3, lo que explica cierta retórica ampulosa, aunque efectiva. Solo 6 años la separan de la portentosa Sonata de Debussy (1917), milagro de concentración, fantasía y sonoridad. Debussy, en penosas circunstancias (la guerra, la enfermedad), con una actitud deliberadamente nacionalista, se vuelca hacia las tradiciones más puramente francesas; entre ellas, la escritura violinística de Leclair.
Los encendidos aplausos lograron un
encore: una versión para violín y piano de "La plus que lente", de Debussy, que confirmó las virtudes de este magnífico dúo de madre e hija.