El dolor tiene maneras extrañas de manifestarse. Sobre todo cuando la vida exige seguir. Las tareas cotidianas parecen agobiantes; sin embargo, hay que hacerlas igual. Hay que cuidar el aseo de la casa, hacer las compras, preocuparse de la comida, etc. Qué inútiles, triviales y banales parecen estas obligaciones en medio del dolor, y a la vez tienen el don de mantenernos en una rutina que ayuda a sobrevivir y a mantenerse sano. Seguimos viviendo como antes, como si nada pasara, pero el miedo está ahí y se presenta de maneras escondidas.
Por ejemplo, el teléfono que antes podía quedar cerrado o en el escritorio en las noches, está cerca de la almohada, prendido, con sonido alto, para no perder la llamada de emergencia si llega. Está en la cartera una escobilla de dientes por si hay que pasar la noche en la clínica en una emergencia. Pero sobre todo, hay un espacio en el cerebro cuyo nombre no conozco, que se llama miedo, que está prendido como una luz roja de ambulancia, día y noche. La vida tiene una constante, sorda, que es el miedo. Lo maravilloso es que si alguien hiciera un video de los días cotidianos de una persona asustada por la salud o la muerte de un ser querido, sería una vida banal, como todas. Antiguamente, el dolor y el miedo que lo acompaña, detenía las vidas y las personas podían y debían llorar, tirarse las mechas, gritar, y simplemente dejar plantado al mundo y sus exigencias. El dolor y el miedo tenían un espacio digno, aceptado y también necesario. ¡No nos gusta el dolor a los modernos! Primero fueron las clases altas que lo exiliaron en su manifestación pública, y hoy tampoco el pueblo puede manifestarse como antes. Inmediatamente le dan a quien llora un buen tranquilizante. Y la gran pregunta es si es sano que así sea, sano para la salud mental de quien lo vive, sano para la población en general. Sabemos que la represión nunca es buena para la salud, pero no sabemos cuál es la medida de lo posible y necesario de expresar. No puede pedírsele a alguien que teme por la vida de un ser amado que está enfermo, de un niño que sufre en un hospital en vez de estar jugando en un jardín, que "sea valiente". Es como pedirle que no quiera mucho a nadie, es pedirle que asuma la enfermedad y la muerte como parte de la vida. Complejo vivir el dolor en este mundo de hoy. Se puede sentir y no se debe manifestar. No mucho. No tanto.