A solo cinco años del estreno local de "Cuestión de principios", obra escrita a los 75 años por el consagrado dramaturgo bonaerense Roberto Cossa ("La nona"), otro montaje del mismo título puede sonar redundante. Pero no es así. De mucho interés sin duda, este se vale del texto original para versionar un planteamiento similar aunque distinto, que lleva más lejos su temática: traspone su acción a nuestro medio y le suma rasgos autobiográficos con vistas a articular una muy dura reflexión personal y colectiva sobre el devenir de Chile en las últimas décadas.
En su obra, Cossa muestra el conflictivo reencuentro de un padre y su única hija periodista, tras largo distanciamiento. Él, un activista político de amplia trayectoria, la citó para encargarle la revisión y edición de sus memorias. Siguen sus sucesivas reuniones de trabajo llenas de ásperas reconvenciones afectivas de la joven a su padre ausente. Lo notable es que el buceo en la compleja relación paterno-filial sirve de pretexto para confrontar a dos generaciones con puntos de vista bien distintos de acuerdo al transcurso de los tiempos, y el choque de actitudes opuestas frente al mundo. Una, individualista, pragmática y descreída; la de viejo cuño, idealista, rígida, negando el fracaso de sus luchas y el fin de las utopías.
En el montaje de 2013, los actores José Secall y su hija Adela replicaron en las tablas algo de su propia historia, poniendo el acento en el factor humano. La actual versión elude todo sentimentalismo. Somete la fuente a una reescritura cuyo propósito es organizar un debate escénico en torno al plebiscito de 1988, entendido como un punto de inflexión; para concluir que la vuelta a la democracia no dio el Chile mejor y más feliz que prometía la campaña del No. Así, el relato no solo incorpora referentes locales y de la contingencia política (con alguna revelación sorprendente), sino que se puede suponer también que algunos pasajes son testimoniales. Como que los personajes usan los nombres de pila de sus intérpretes, Alejandro Goic, militante socialista de toda la vida, y Amalia Kassai. De hecho, Goic fijó el texto final con aportes del equipo y citas de diversos autores. Acá, verdad y ficción se confunden.
El director Jesús Urqueta, cuya "Prefiero que me coman los perros" fue uno de los imperdibles del año pasado, impone a su puesta un tono hiperrealista, de severo minimalismo, buscando al mismo tiempo contravenir las convenciones dramáticas y teatrales. Todo ocurre en un espacio negro vacío, con solo dos sillas a la vista y focos que iluminan diferentes zonas. Los ejecutantes actúan con micrófonos de oreja, lo que les permite decir sus diálogos en forma coloquial, incluso murmurar, dándoles cercanía. Por desgracia, a menudo no se les alcanza a entender, seria desventaja en una propuesta que quiere que su público se concentre en el juego dialéctico.
A ratos, letreros anuncian los títulos de los ocho episodios y se proyectan al fondo largos textos; bien avanzada la entrega (70 minutos) entra música y se escucha en off una extensa secuencia grabada de llamados telefónicos. Da la impresión final de que el exceso de signos experimentales y procedimientos distanciadores, en lugar de despejar el sentido, hacen que su teatralidad tienda a volverse algo árida y difícil, sugiriendo que hubo sobredirección.
Centro GAM. Miércoles a sábado a las 21:00 horas. Hasta el 11 de noviembre.