Washington Cucurto (1971) es el seudónimo del poeta, narrador, editor y artista plástico Santiago Vega, la última sensación de la literatura argentina y un nombre que da mucho que hablar en Buenos Aires, hasta el punto en que Ricardo Piglia ha comparado su producción con la de Roberto Arlt y Armando Discépolo.
Con todas mis fuerzas es su más reciente novela y por lo general, resulta amena, graciosa, satisfactoria. Cucurto está hondamente sumergido en la cultura popular, en raras ocasiones escribe una página sin caer en el lunfardo y para decirlo con todas sus letras, usa y abusa de la jerga vernácula, de modo que, por momentos, puede ser arduo entenderlo, pero da la impresión de que a él nada de esto le importa. En otras palabras, Cucurto publica para un público al que sus historias le dicen algo y es evidente que se trata del público porteño de ahora, muchachos sumidos en el mundo del presente, con todas las obsesiones y tics verbales de las personas de ese ámbito; al hacerlo, muestra una notable capacidad expresiva, aunque también severas limitaciones, que se traducen en una prosa que suele ser cansadora, reiterativa, incluso pesada.
Con todas mis fuerzas cuenta el despertar sexual y las andanzas iniciales de Frank Vega, quien no es otro que el alter ego impúber de Cucurto. Al comienzo, Frank se define de la siguiente manera: "Soy un analfabeto peleado con los libros. Un rehén de la escuela pública, de mis amigos, de mi barrio, de mi familia. Un esclavo de las empanadas, de los cómics y los chocolates". Esta declaración de principios es el signo de partida narrativo de un niño que estudia en una institución primaria para delincuentes, que vive con su madre, divorciada de su esposo por causa de la Víbora, una profesional más joven y de altos ingresos; a la postre, parece ser ella la que mantiene a Frank y a Sunilda, la cónyuge abandonada, en condiciones bastante precarias, aun cuando suficientes para parar la olla, si bien esto último es relativo, puesto que a diario, Frank se las tiene que arreglar sin un cinco en los bolsillos. En realidad, la vida del protagonista es una pesadilla, un callejón sin salida, un tormento cotidiano, enfrentado, eso sí, con humor y desparpajo por lo que
Con todas mis fuerzas está lejos del miserabilismo que a menudo plaga a esta clase de relatos. Sus condiscípulos son, sin excepción, matones, sujetos resentidos sin remisión, criminales en potencia; el consumo de drogas es generalizado y va bien por delante de la marihuana; los profesores apenas cumplen con el mínimo de sus obligaciones y esto es decir mucho si deben sobrevivir en esa jungla; el rendimiento escolar está por los suelos y se saca pésimas notas, más por culpa de la falta de incentivos que por causa de su incapacidad; en suma, si sigue ahí, solo repetirá una y otra vez de curso y va a terminar cuesta abajo en la rodada.
El padre es un bardo de culto, un vago inofensivo, un escribidor anónimo, cuya obra sería desconocida fuera del café donde se pasa todos los días, rodeado de gente bohemia y chiquillas hermosas, que solo quieren oírle recitar sus versos. Para Frank es imposible no odiarlo, pero comprensiblemente, es ineludible no amarlo. Borrachín, proletario, mujeriego, cuando ve que su vástago se precipita al desbarrancadero, se le ocurre una idea brillante: matricularlo en el Colegio Nacional de Buenos Aires, la entidad educacional más prestigiosa del país vecino, que ha formado a ilustres personajes. La tarea es dificilísima debido al atraso escolar de Frank, al cúmulo de trámites burocráticos que hay que cumplir y, sobre todo, al hecho de que a nuestro héroe la sola idea de incorporarse a esa industria de prestigio e influencia le resulta repugnante.
Sin embargo, una vez ahí se le revela algo que le era remoto: el sexo femenino. Con respecto a este tema, Cucurto claramente pertenece a la clase de autores que creen que las primeras experiencias masculinas de tipo erótico equivalen al descubrimiento de América. Así, Frank se masturba maniáticamente pensando en sus contemporáneas, todas jóvenes despampanantes, ávidas de hacer felices a cuanto varón se les ponga por delante, todas hembras dotadas que únicamente parecerían perseguir el placer de adolescentes como Frank, quien, hay que afirmarlo, ve en ello una suerte de fatalidad de la naturaleza. O puesto de otra manera, Cucurto nunca parecería haber escuchado, en el año 2018, sobre el feminismo, vale decir, quizá sigue creyendo que el principal propósito de la mujer es dejar saciado a su compañero.
Con todas mis fuerzas es, entonces, un texto chocante si lo miramos desde este punto de vista, que ahora es, desde luego, una visión demasiado machista y retardataria con respecto a la convivencia entre la tradicional pareja humana.
Aun así, estos detalles pueden pasarse por alto, pues la ficción es un tanto ingenua -pese a que Cucurto bordea la cincuentena- y en ocasiones se sigue con genuino regocijo, gracias al desenfado de este narrador ya maduro, si bien fijado, tanto en la forma como en el fondo, en una temática infantil. Lo rescatable del libro es el conocimiento que Frank traba con nuevos y variopintos camaradas, la fascinación con diversas asignaturas, la aparición de Cleopatra, una profesora de geografía deslumbrante, quien iniciará a un grupo de sus alumnos en delirantes aventuras y les proporcionará insólitos secretos. En síntesis, estamos frente a una intriga problemática, bien que bastante sabrosa.