A un chileno cualquiera se le facilita una cómoda bicicleta para que remonte las ciclovías de la ciudad, pero sin prisa y a velocidad de crucero, es decir, prudente y respetuosa. Durante las tres primeras cuadras pedalea sin inconvenientes, en la cuarta un automóvil lo sobrepasa y no lo toma en cuenta, pero con la camioneta fue distinto, la sintió demasiada cercana y como prepotente. El tercero lo confirmó, porque le dio la impresión de que le quiso tirar el auto encima, ¿será posible? Por eso utiliza lentamente su preferencia en los cruces, para que el abusivo aprenda y se dé cuenta de que ya no manda. Los ve de reojo, van en el intestino del taco y a 20 kilómetros por hora, y miren cómo los pasa y quedan amargados y resentidos. El pobre y el rico, de derecha o izquierda, auto bueno o malo, da lo mismo: un roto latinoamericano. ¡Preferencia! ¿Les gusta o no? Primero yo, ciclista. Como en Ámsterdam. Aprendan y respeten. ¡Preferencia! Los adelanto en zigzag, si quiero.
¡Preferencia! Yo la llevo y ustedes que se pudran.
El ciclista odia a los automovilistas.
Al mismo chileno, pero en otro día de la semana, le facilitamos un automóvil utilitario de tamaño medio, automático y usado, con el fin de que recorra la ciudad a cualquier hora punta. Ya en la cuarta cuadra, según transita a unos 20 kilómetros por hora, un ciclista lo mira fijo y no sabe la razón. En otro semáforo se repite la mirada altanera, como con superioridad intelectual y moral ¿qué se habrá creído? El perico existe porque nos recortaron las calles y gracias a nuestro sacrificio andan como andan, pero en vez de humildes pedalean soberbios. Malagradecidos. ¿Por qué el tránsito va lento? Porque se toman los cruces en manada y uno nervioso y saltón para no rozarlos, porque son llorones con la preferencia, pero si te topo te sacai la cresta, así que ándate con cuidado y baja la mirada, saco de peras. Pasa uno con chaqueta y corbata, y con motor la lesera, ridículo. Una señora de edad, que no está para bicicleta y para ninguna otra cosa, me mueve el espejo lateral y se va como sin darse cuenta, pero en el semáforo la pillo, la miro y de vuelta de nuevo esa mirada tan desagradable. Dieron la luz verde y parto antes, pero a mitad de cuadra me pasa por la ciclovía y me levanta el dedo del medio, la vieja maldita y fea.
El automovilista odia a los ciclistas.
El referido chileno sigue de protagonista, pero ahora no cuenta con bicicleta ni automóvil, y es un peatón que camina por la ciudad. Le pegan un bocinazo cuando cruza el paso de cebra, llegó a saltar. Un ciclista muy de refilón le incrusta el manubrio en la espalda. Dieron luz verde y está repleto de autos, pasa como puede, siente el aire caliente de un motor y un tubo de escape le respira en la pierna.
Antes de pisar la vereda, casi lo atropella otro ciclista que algo le dice, digamos que "imbécil", pero con "h".
El chileno lo tiene claro: los odia a todos.