Es probable -más bien altamente probable- que mañana, millones de brasileños y brasileñas le entreguen su preferencia como candidato a la Presidencia de la República al ultraderechista y capitán retirado del Ejército, Jair Bolsonaro.
Las encuestas de los últimos días establecen una diferencia a favor de Bolsonaro de entre 10 y 20 puntos por sobre el candidato del Partido de los Trabajadores, Fernando Haddad. ¿Quiere decir este resultado que hay más de 50 millones de brasileños ultraderechistas, fascistas y/o "fachos pobres"? Claramente, no. Sin duda, en toda sociedad y siguiendo la calificación de Vargas Llosa, existe una "derecha cavernaria", pero no creo que sea el caso brasileño; es decir, no creo que el respaldo a Bolsonaro de una masa de electores sea expresión de una ideología de ultraderecha.
"La tormenta perfecta" que lleva al triunfo a Bolsonaro son tres macrosituaciones que enardecieron y enrabiaron a la mayoría del pueblo brasileño. Creo que el principal de esos elementos es la violencia urbana desatada y la correspondiente inseguridad de los ciudadanos. Cabe consignar en este punto que la tasa de homicidios en Brasil supera por 10 veces la respectiva tasa chilena. Un segundo elemento que colabora con esta situación es un bajísimo crecimiento económico durante los gobiernos del Partido de los Trabajadores y un desempleo que en los últimos años ha escalado al doble; de al menos el 6% al 12%.
Y el elemento, en mi opinión, definitorio de esta situación es el cáncer de la corrupción en casi toda la élite brasileña, que involucra a gran parte de la clase política y empresarial. Ese "cóctel" no lo resiste la mayoría de las instituciones democráticas. Y en el caso de la corrupción, mayor responsabilidad recae en quien gobierna; en este caso, el Partido de los Trabajadores, que incurrió en prácticas no esperables ni deseables al calor de su historia, de su composición social y de sus sueños y esperanzas ofrecidas al pueblo brasileño.
Para las izquierdas y fuerzas progresistas chilenas hay lecciones que el drama brasileño nos debe hacer pensar. La primera lección es que cualquier política progresista debe pararse sobre un crecimiento económico sostenido para obtener lo más relevante para nosotros, un empleo digno y decente.
Está claro que para que haya empleo digno y decente debe haber crecimiento, y para que haya crecimiento, debe haber inversión, sea esta pública o privada. Un elemento complementario es que toda política social progresista debe sustentarse en el tiempo, y eso obliga a un manejo fiscal responsable y equilibrado. No se puede gastar más de lo que a uno le ingresa. Sabia conclusión para una persona, una familia y un país.
Una segunda lección, que nos cuesta mucho desde la izquierda, es entender el drama de la violencia urbana y de la inseguridad ciudadana, en el que la gente afectada clama al gobierno y a la sociedad vivir más segura. No es tolerable una delincuencia desatada, principalmente para la izquierda, porque la inseguridad ciudadana afecta a todos los chilenos, pero particularmente a los más pobres, que no viven en municipios ricos y carecen de seguridad privada.
Finalmente está el tema de la corrupción. En esto no hay mejor que un sabio consejo de un sabio político. Me refiero a Pepe Mujica, expresidente del Uruguay, quien ha dicho hasta el cansancio que al que le guste la plata, no debe dedicarse a la política, ni en general ni menos a la política desde la izquierda.
La experiencia en varios países de América Latina, cuando la élite política tiene un "maridaje" con el poder económico, es que el resultado va a ser nefasto. En definitiva, la experiencia Bolsonaro en Brasil nos señala claramente a las fuerzas de izquierda y progresistas que los temas de crecimiento y empleo decente, la seguridad de la ciudadanía frente a la delincuencia y la lucha sin cuartel contra la corrupción impedirán el surgimiento de una alternativa filofacista y ultraderechista como en Brasil. La lucha por una sociedad más justa en Chile, tarea para las fuerzas progresistas, es que estas deben aprender de la lección que nos deja Bolsonaro en Brasil.