Este evangelio me hizo recordar mi niñez, cuando nos reuníamos con mis amigos al fondo del jardín de la casa y surgía la idea ¿fundemos un club? En un verano participé en tres intentos, que duraban el tiempo de la discusión de quién iba a ser presidente. Nuestra vocación de servicio era tan grande, que todos queríamos hacer cabeza: discutíamos, no cedíamos, se postergaba la iniciativa, pero no desaparecía el afán de mandar y ser servido.
"Se le acercaron los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron: Maestro, queremos que nos hagas lo que te vamos a pedir... Concédenos sentarnos en tu gloria, uno a tu derecha y otro a tu izquierda" (Marcos 10, 35-37).
Esta petición ocurre días antes de la entrada de Jesús a Jerusalén, cuando ya le han escuchado en tres ocasiones que va a morir en la ciudad Santa. Como es natural, provoca la indignación de los otros diez apóstoles (ver Marcos 10, 41).
Jesús corrige sus ambiciones e ilusiones excesivamente humanas, afirmando la primacía del servicio: "Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos" (Marcos 10, 42-44). Servir, donarse; no ser para uno mismo, sino para los demás, de parte de Dios y con vista a Dios.
En palabras del Papa Francisco, este ministerio "no se busca, no se pide, no se compra, sino que se acoge en obediencia, no para elevarse, sino para abajarse, como Jesús que 'se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte y una muerte de cruz' (Filipenses 2, 8)" (5-11-14).
Jesús nos donó una nueva imagen de Dios y del hombre: "El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos" (Marcos, 10,45).
Jesús no se presenta como uno de los señores de este mundo, sino que Él, que es el verdadero Señor, se aproxima como siervo. Su sacerdocio no es dominio, sino servicio: este es el nuevo sacerdocio de Jesucristo al modo de Melquisedec.
El Señor en la parábola de los talentos habla de esos "siervos buenos y fieles" (ver Mateo 25, 21). El Papa Francisco hace un verdadero examen de conciencia del "siervo bueno y fiel" que nos puede servir a todos:
"Como primer paso, estamos invitados a vivir la disponibilidad... Se ejercita cada mañana en dar la vida, en pensar que todos sus días no serán suyos, sino que serán para vivirlos como una entrega de sí.
En efecto, quien sirve no es un guardián celoso de su propio tiempo, sino más bien renuncia a ser el dueño de la propia jornada. Sabe que el tiempo que vive no le pertenece, sino que es un don recibido de Dios para a su vez ofrecerlo: solo así dará verdaderamente fruto.
El que sirve no es esclavo de la agenda que establece, sino que, dócil de corazón, está disponible a lo no programado... El siervo sabe abrir las puertas de su tiempo y de sus espacios a los que están cerca y también a los que llaman fuera de horario, a costo de interrumpir algo que le gusta o el descanso que se merece. El siervo rebasa los horarios" (Francisco, 29-5-16).
Las personas que aman de verdad no reparan nunca en lo que han servido, sino en lo que pueden servir. María en las Bodas de Caná no pide para ella, sino por el matrimonio y a fe de los apóstoles. Jesús le recuerda que no es el momento para hacer milagros, pero no puede decir que no a esa Mujer que vive pensando en Él y en cómo servirlo.
A María la llamamos la omnipotencia suplicante y reina en el Cielo sirviendo. ¡Su reinar es servir! ¡Su servir es reinar!
"Jesús los llamó y les dijo: Sabéis que los que figuran como jefes de las naciones las oprimen, y los poderosos las avasallan. No tiene que ser así entre vosotros; al contrario: quien quiera llegar a ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor; y quien entre vosotros quiera ser el primero, que sea esclavo de todos: porque el Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en redención de muchos". (Marcos 10, 42-45)