Ricardo Piglia (1941-2017), quien murió el año pasado de esclerosis amiotrófica, o sea, una parálisis general progresiva, dejó un trabajo póstumo para ser publicado:
Los casos del comisario Croce. Según la nota final del autor: "compuse este libro usando el Tobii, un
hardware que permite escribir con la mirada. El interesado lector podrá comprobar si mi estilo ha sufrido modificaciones. Mis otros libros los escribí a mano o a máquina. A partir de 1990 usé una computadora Macintosh. Siempre me interesó saber si los instrumentos técnicos dejaban su marca en la literatura. ¿Qué cambia y cómo? Dejo abierta la cuestión". Luego agrega: "Para los que estén interesados en estos asuntos, quiero recordar que el comisario Croce es uno de los protagonistas de mi novela
Blanco nocturno. Me gusta el hombre, por su pasado y por el modo imaginativo con que afronta los problemas que se le presentan. Anda metido siempre en misterios y asuntos ajenos. Esos comisarios del género son siempre un poco ingenuos y fantasmales, porque, como decía con razón Borges, en la vida los delitos se resuelven -o se ocultan- usando la tortura y la delación, mientras que la literatura policial aspira -sin éxito- a un mundo donde la justicia se acerque a la verdad". Así, estos relatos fueron brotando a medida que la enfermedad que inmovilizaba el cuerpo de Piglia avanzaba, convirtiéndolo en una persona incapaz de valerse por sí misma. Por lo tanto, no pueden ni deben juzgarse con los mismos parámetros de sus obras maestras como
Respiración artificial,
Plata quemada o
Prisión perpetua. Hacerlo no solo sería un despropósito, sino una absoluta e inmerecida falta de respeto por uno de los prosistas de lengua española más premiados y queridos en los pasados 50 años.
Sin embargo, aplaudir robóticamente
Los casos del comisario Croce -como, dicho sea de paso, lo ha hecho de modo unánime la crítica peninsular y la argentina- solo por el hecho de que fueron inventados por Piglia, sería también un agravio
post mortem a un narrador que, entre sus grandes méritos, mostró siempre un rotundo menosprecio hacia el halago reiterativo y exagerado, una lucidez que lo acompañó hasta el último de sus días, una conciencia del oficio imaginativo que lo llevó a un perfeccionismo casi obsesivo, en suma, una vocación inquebrantable, siempre alejada del facilismo o el eventual éxito comercial que pudieran haber tenido sus ficciones. Entonces, parece empalagoso, a fuer de fraudulento, repetir ciertas consignas monocordes, que muchos colegas de Piglia y muchos editores o periodistas, que lo admiran sin reservas, han expresado a propósito de la aparición de
Los casos del comisario Croce. Por ejemplo, se ha dicho que al leer este volumen exquisito y deslumbrante, el lector no podrá sino maravillarse ante la arrolladora vitalidad de unos textos que son, por encima de todo, una hermosísima celebración de la literatura, el poder de las palabras y la fabulación. Todo esto es, huelga decirlo, cháchara vacua y se aleja tanto de la propia escritura de Piglia que, de haber estado él vivo, con seguridad habría reprobado estas y otras cataratas de lisonjas.
Digamos, de partida, que el héroe de estas piezas es poco convincente, que está dibujado en forma nebulosa, que sus dichos y hechos resultan más bien triviales, muchas veces bordeando en la puerilidad y que su personalidad es, por decirlo de manera amable, carente de interés y sin un ápice de complejidad. Los diálogos, además, son impostados, demasiado artificiosos y el uso de la jerga vernácula en nada disminuye su morosidad, su tono apagado, débil, flojo. En otras palabras, Croce llega a ser aburridor, enredado, verboso, sin nada que lo haga particularmente atractivo o peculiar, un pecado mortal en este tipo de intrigas. Más aún, ellas carecen del mínimo suspenso, de la más elemental garra, de la exposición de personajes creíbles, todos requisitos sine qua non para hacer viables tales historias.
Piglia amó con fervor, divulgó y practicó concienzudamente la narrativa policial a lo largo de su existencia; con todo, nada hay en Croce que lo acerque a Sherlock Holmes, Hércules Poirot, Philip Marlowe y otros detectives novelescos inmortales. Al contrario, este agente, que se desplaza por confines remotos, inaccesibles, desconocidos de Argentina, lleva a cabo sus pesquisas en un espacio cronológico de unas cinco décadas y enfrenta los crímenes y la subsiguiente investigación de forma discursiva, harto lánguida y nada de excepcional, por lo que deviene, a la postre y, parodiando a Robert Musil, un hombre sin atributos.
Aun así, a pesar de la escasa calidad de las tramas, las ideas que se le ocurrieron a Piglia mientras elaboraba
Los casos del comisario Croce pueden ser brillantes. En "La película", se trata de impedir a toda costa la exhibición de un filme pornográfico en el que supuestamente participa Eva Perón. "El astrólogo" nos interna en una estafa monumental, algo frecuente en el país trasandino. "El jugador" conduce a Croce a garitos clandestinos y prostíbulos desfallecientes. "El impenetrable" tiene como actor principal a un comunista, cuyas convicciones se desvanecen a raíz del conflicto chino-soviético. "La Señora X", un título delirante, comienza con una carta dirigida a Croce por una mujer que habría sido víctima de una violación. En síntesis,
Los casos del comisario Croce plantea buenos argumentos y mediocres ejecuciones.