Querido Peter:
Me tomo la confianza de manifestar en tu persona lo que siempre creí: la imparcialidad, serenidad y justicia de la Corte de La Haya.
Yo y todos los chilenos.
Así que saluda de mi parte y a nombre de mis compatriotas, a los otros once jueces que pensaron y votaron como tú.
Entre paréntesis: estás más delgado, te conservas estupendamente y no te podría decir que te ha crecido el pelo, pero al menos se detuvo la caída.
Así que saludos extendidos a don Mohammed, miss Donoghue y doña Julita de Uganda; también al ministro Gaga, mister Bandhari y la señora Xue; y para Donald, Antonio, Addulqawi, Ronny y Kirill.
Recuerdo que cuando fuiste presidente de la magnífica sala, hace unos años, tuviste que leer el fallo en el diferendo con Perú. En ese momento un grupo de chilenos minoritario, y por eso gritón, hizo mofa de tu persona y la igualó con el Golum. En ese tiempo no estuvimos de acuerdo y ahora te reiteramos las disculpas.
Te agrego que a los chilenos nos encanta tu patria natal de Eslovaquia porque viven entre los montes Tatras y los Cárpatos, un poco como nosotros. Y naciste en el precioso Banská Bystrica, pueblo de montaña y bosque parecido a Capitán Pastene, guardando las proporciones.
Acá nunca se dudó del fallo en justicia y ten por cierto que los rumores del llamado fallo creativo no partieron desde Chile y te lo puedo comprobar históricamente, con una sencilla razón: de Chile nunca ha salido nada.
Menos ciertos, y por tanto infundados, eran los temores del fallo político o emocional debido a jueces fácilmente impresionables por campañas comunicacionales.
Hay algo que no te voy a negar, querido Peter, efectivamente existe un puñado de chilenos a favor de retirarse de La Haya y del Pacto de Bogotá y hasta de la OEA y la ONU porque dicen que no sirven de nada, que son inútiles, y que se conforman con mantener vigentes los tratados de libre comercio.
El último de los fallos, sin duda, fue una vacuna para ese grupo de compatriotas que viven desubicados del mundo que tú y yo compartimos: la cultura occidental.
Peter, ¿cómo estás tú? Me interesa el hombre más allá del juez.
Y me encantaría que pudieras visitarnos, cuando lo estimes conveniente. Lo mismo vale para Ronny, doña Julita de Uganda, la señora Xue o don Kirill. Avisen, eso sí.
A mí me encantaría hacer lo contrario, y disculpa la incoherencia, pero es un rasgo muy chileno. Un día de estos parto a Bratislava sin advertencia y solo para estar contigo.
Nos caeríamos bien al instante, estoy seguro. Y a pasear por el casco viejo, que es pequeñito, y el auto por el estacionamiento subterráneo que no está lejos y no es barato. No importa, me dices tú y me tocas el hombro, y lo traduzco con estas palabras: "Compadre, no se fije en gastos".
Tú me hablas del pasado y de cuando la ciudad era Presburgo y yo te explico el futuro de Chile. Tengo tanto por decir. Los turistas visten de gris. Vamos por la calle Michalska, atrás la torre de la iglesia y entonces la plaza y el banco con la estatua del soldado de Napoleón, y tú a un lado, yo al otro y solo nos queda cruzar el Danubio, que no lo vemos, pero sabemos donde está.