Era raro. O, por lo menos, sospechoso. Cada fin de semana, los canales de televisión tienen programas dedicados a mostrar picadas en diferentes barrios de Santiago, extendiéndose ahora a otros lugares del país. Cada espacio es presentado por amantes de la comida, chefs o animadores, que se meten en la cocina, ven la preparación de los platos típicos y luego se los comen frente a la cámara. Todo les encanta, son verdaderas joyitas y descubrimientos gastronómicos a precios más que convenientes.
Por eso es que a los espectadores se les hace agua la boca y, los más entusiastas, anotan los datos para ir luego. En algunos casos, incluso, se hacen reservas. Como en el restaurante El Gordo, de Independencia, con un cocinero que exhibía orgulloso sus paellas y platos españoles ante las cámaras, luego de haberse formado con el chef de El Madroñal, ese inolvidable restaurante de Vitacura. Al llegar, la mesa está en medio del salón, al borde de unos escalones. En fin.... Veinte minutos y las diligentes señoritas que atendían, se dirigen a todas partes menos a la mesa. Una de ellas indica que es "por orden de llegada y que la jefa, en la barra, da las instrucciones". Quince minutos después, ante la cara de molestia, un alma caritativa se compadece y pide las bebidas "mientras los atienden". Ante la pregunta de cuánto sería la demora en pedir y servir, dice que al menos 45 minutos, o más. Paellas (el plato estrella que apareció en el programa, incluso de varios tipos), ¡no hay! Deben pedirse con anticipación y para tres personas. Y tampoco está indicado en ninguna parte. Solo se sirven platos caseros que vienen con sopa y ensalada. Con más decepción que rabia, son casi las 3 de la tarde y se opta por la retirada. A nadie le importa. Incluso la mesa se ocupa con rapidez... Y ahí se entiende lo que extrañaba. Frente a las cámaras, se abren las cocinas, se sacan los mejores platos y todo parece maravilloso. Sin embargo, hay que estar conscientes de la responsabilidad que implica hacer el show televisivo. Una pena.