A partir de un bello texto, "Molly Sweeney" abre una cautivante reflexión acerca de la ceguera, que asumimos como una discapacidad cognitiva sin serlo; y se puede ampliar a las limitaciones con que quienes gozan de sus cinco sentidos perciben el mundo a su rededor. El atractivo planteo y su acertado nivel de producción e interpretación hacen de esta propuesta una de las que merecen ser apreciadas esta temporada.
La obra marca el debut local de Brian Friel (1929-2015), el más relevante y prolífico dramaturgo de Irlanda después de Beckett, llamado por algunos el 'Chéjov irlandés'. Escrita por él a los 65 años, su estreno en 1996 lo acogió bien el público, pero la crítica objetó que el autor repetía la estructura en monólogos que empleó en otra obra previa, y se inspiró en un ensayo del neurosiquiatra Oliver Sacks -"Ver y no ver"- tal como un año antes lo había hecho Peter Brooks con otro estudio de ese eminente científico para uno de sus elogiados montajes. Las nuevas versiones de Londres y Broadway hace un lustro revalorizaron el texto.
Siguiendo a Sacks, que investigó un raro caso clínico (uno entre los 20 registrados), despliega la melancólica historia de una fisioterapeuta ciega desde la cuna con una vida integrada y autónoma, que a instancias de su esposo se somete a una difícil cirugía que le permitirá ver. Con resultado positivo, aunque eso no hace de ella una mujer más completa y feliz, sino todo lo contrario. La historia es narrada a tres voces por la misma Molly, su esposo y el oftalmólogo, un alcohólico que cree hallar en la operación una oportunidad para redimir sus fracasos, en monólogos paralelos que suelen entrecruzarse. Sentados casi siempre frente al público, interactuando solo ocasionalmente, ellos cuentan cómo vivieron ese evento, cada uno ensimismado en su propio mundo.
Dos largos pasajes en completa oscuridad intentan transmitir la experiencia de la ceguera. El resto del tiempo la puesta equilibra su estatismo con deslumbrantes imágenes proyectadas a todo lo ancho del escenario. También escuchamos en off la voz de otros personajes secundarios y hay música atmosférica.
Dirigida por Omar Morán (que recién escenificó "El Presidente", de Thomas Bernhard, asimismo de monólogos, y no con tanta competencia), la versión convenientemente recorta el texto a 90 minutos. Ofrece un momento íntimo y a la vez emocional, que medita en torno a la dicotomía luz-oscuridad. La ceguera, nos dice, es otra forma de aprehender, distinta a la que brinda la vista. Lo oscuro no es peligro ni ausencia de conocimiento u orientación, y la luz no implica por fuerza una conciencia más plena y profunda. ¿Cuánto depende nuestra vida de cómo percibimos a los otros y la realidad circundante?
En el satisfactorio desempeño actoral, destaca Alessandra Guerzoni, notable en el rol eje. El montaje exhibe algunos lunares que no alcanzan a empañar sus estimulantes logros. Pero adolece de una grave falla técnica que por desgracia se está generalizando en nuestros teatros: el desmesurado volumen de la amplificación sonora, que deshumaniza y vuelve plana cualquier actuación (peor aún si la sala está dotada de buena acústica).
CorpArtes. Sábados a las 20:00 horas. Domingos a las 19:30 horas. Hasta el 21 de octubre.