Ya dejaron de ser sorpresa los conciertos de la Orquesta Sinfónica Nacional Juvenil de la Fundación de Orquestas Juveniles e Infantiles (FOJI). Sus jóvenes integrantes han ido dejando atrás su condición de "promesas", pues su rendimiento es cada vez más profesional. Y cuando se encuentran con el director adecuado, los resultados son óptimos. Es lo que ocurrió la semana pasada en el Teatro Municipal de Ñuñoa, cuando el conjunto abordó un programa con obras de Jorge Peña Hen, Max Bruch y Tchaikovsky, bajo la dirección del chileno Helmuth Reichel.
El programa se inició con una "Tonada" del recordado director y compositor Jorge Peña Hen (1928-1973), cuya trágica y prematura muerte interrumpió su carrera de formador de niños y jóvenes en programas que fueron pioneros en el campo de la experiencia orquestal. La "Tonada" es un breve divertimento que debe haber sido concebido con fines didácticos.
De Max Bruch (1838-1920) se interpretó su obra más popular: el Concierto para violín y orquesta Nº 1 en Sol Menor, Opus 26. El joven solista Jarec Rivera realizó una entrega notable. Con técnica depurada y gran personalidad, su elocuencia quedó de manifiesto tanto en la superación de los escollos virtuosísticos, ejecutados con naturalidad y sin urgencias, como en los pasajes plenos de lirismo. Todo hace augurarle un gran futuro.
La hora de la verdad para la orquesta llegó con la Sinfonía Nº 4 de Tchaikovsky. La obra, compuesta en momentos muy azarosos de la vida del compositor, recibió en su tiempo -por parte de alguna crítica pedante- comentarios reprobatorios respecto de problemas formales, apreciaciones ramplonas que se desmoronan frente a la belleza y fuerza de la composición. El compositor ruso, mago de la orquestación, impone grandes exigencias a cuerdas, maderas, bronces y percusión. El comienzo, la "llamada del destino", tuvo un inicio algo incierto por parte de fagotes y cornos, pero de ahí en adelante cada familia de la orquesta tuvo un formidable desempeño que hizo que todo fluyera magníficamente hasta el arrebatador final. Una versión emocionante.
Hemos comentado en anteriores oportunidades las virtudes de Reichel. Estamos frente a un excelente director que tiene clarísimas ideas que, con mano maestra, sabe transmitir a la orquesta y a la audiencia. Las estrepitosas ovaciones no provinieron solo del público, sino también de los propios integrantes de la orquesta que exteriorizaron entusiastamente su satisfacción por el trabajo realizado por él.