Para quien haya seguido la trayectoria literaria de Rubem Fonseca (1925), la publicación del primer volumen de sus
Cuentos completos será una fiesta. Para quienes aún no lo han leído, ésta es la gran ocasión para abordar a un hombre de letras indispensable en la segunda mitad del siglo XX y en lo que va corrido del actual: transgresor, impredecible, cultísimo y a la vez popular, una figura que ha roto las convenciones de la narrativa, un creador de tramas siempre originales; en fin, un narrador que emplea los más diversos e inusitados recursos. Fonseca se revela aquí como un artista que jamás deja de sorprender y un fabulador eximio. Este tomo comprende alrededor de setenta títulos publicados durante los primeros quince años en la carrera de Fonseca, en cinco colecciones de relatos, algunos muy cortos, otros cercanos a la novela breve. La presente recopilación nos entrega obras escritas entre 1963 y 1979, desde
Los prisioneros hasta
El cobrador, que contiene quizá su intriga más célebre y que da el nombre al ejemplar; aquí aparece por primera vez un personaje central, excéntrico, antológico: el abogado Mandrake, mujeriego, cínico y amoral, quien es, además, un profundo conocedor del submundo carioca. La compilación que estamos comentando puede también servir para hacerse una idea cabal de por qué Fonseca es considerado hoy el literato más admirado de Brasil y por qué sus narraciones son aclamadas, tanto por el público común y corriente, como por académicos o especialistas.
No es ocioso citar lo que algunos grandes escritores contemporáneos han dicho de Fonseca: "Es uno de esos autores que crean literatura de altísima calidad con materiales y técnicas robados a la cultura de masas. Este es su gran arte: contarnos una historia absolutamente increíble y extravagante con una astucia maquiavélica tan eficaz que no solo terminamos por creer en aquello que narra, sino que además lo encontramos más que plausible" (Mario Vargas Llosa). O: "Fonseca pertenece a esa minoría creciente de la literatura latinoamericana que ha dejado de creer en la novela intimista, la novela épica o la novela negra, para adoptar el único modelo en el que la violencia es el espejo donde cobran su debida dimensión los hechos y, sobre todo, las mitologías" (Carlos Monsiváis). O: "Lo mejor de la obra de Rubem Fonseca es no saber adónde nos va a llevar. Siempre que comienzo un libro suyo es como si sonara el teléfono a medianoche: 'Hola, soy yo. No vas a creer lo que está sucediendo'. Su escritura hace milagros, es misteriosa. Cada uno de sus libros es un viaje que vale la pena: es un viaje de algún modo necesario" (Thomas Pynchon).
Referencias más, referencias menos, el hecho es que Fonseca es un caso único y singular: originario del estado de Minas Gerais, llegó muy joven a Río de Janeiro y en 1952 se incorporó al cuerpo de policía en calidad de comisario del distrito de San Cristóbal. Muchos de los hechos en los que participó en aquella época o que protagonizaron sus compañeros de servicio están inmortalizados en sus textos (por ejemplo, "Feliz Año Nuevo", "El enemigo", "Teoría del consumo conspicuo", incluidos en este compendio). Alumno brillante de la Academia de Seguridad, no demostraba entonces inclinaciones librescas. Sin embargo, veía, debajo de las definiciones jurídicas, las tragedias humanas y conseguía resolverlas. Más tarde, estudió Administración de Empresas en Boston y Nueva York, para, una vez que regresó a su país, embarcarse en la abogacía, especializándose en Derecho Penal. Durante esta etapa, litigó siempre en favor de los desposeídos y pudo examinar de cerca la corrupción y la omnipresente violencia de la sociedad brasileña, tanto la que se practica entre ciudadanos de a pie, como la del Estado hacia estos.
Y la oportunidad de observar esta realidad de primera mano, en calidad de partícipe y no como simple testigo, fue un elemento crucial en el desarrollo de sus temas, de su estilo, seco, áspero, directo y de su humor, negro, ácido, corrosivo, si bien teñido de entereza y del estado de ánimo festivo de quien vive sin conflicto la aparente contradicción entre el escepticismo y un innegable romanticismo. Tanto en esta inicial secuencia de sus
Cuentos completos, como en el resto de su producción, Fonseca retrata la promiscuidad sexual, las relaciones mercenarias, el crimen a simple vista inmotivado o bien los asesinatos por encargo en manos de sicarios, la brutalidad humana llevada a sus últimas consecuencias en un mundo donde mendigos, marginales, criminales de baja estofa o de elevada jerarquía, prostitutas, reinas de belleza, varones y mujeres ricos y pobres se mezclan y se confunden en un todo inextricable; en suma, tenemos un amplísimo espectro socioeconómico que, asimismo, revela el sello inconfundible en los trabajos de Fonseca, un sello marcado por la objetividad de un informe forense o el lirismo de un vínculo amoroso, casi siempre malogrado, pero también caracterizado por las alusiones al cine y a los poetas clásicos, por la velocidad de los diálogos, la ferocidad de las acciones humanas que alcanzan un nivel alucinante, febril y de imaginación desatada, que puede dar la impresión de algo desbocado, aun cuando siempre esté sujeto a un orden preciso y riguroso, que obedece al estricto control que Fonseca ejerce sobre cada uno de sus episodios. Así, este inicio de sus
Cuentos completos es una excelente introducción a un creador ejemplar.