El diálogo de Jesús con los fariseos es una prueba más del estilo que el Señor quiere poner en su Iglesia. Los fariseos, ardientes defensores de la ley, le preguntan a Jesús acerca de la licitud, de lo que está permitido particularmente en relación al matrimonio. Más que vivir el espíritu de la ley, y el sentido que Dios le ha dado, están afanados por cumplirla a la letra quizás sin comprenderla. Por eso resulta tan certero el apelativo del Señor: "Por la dureza de su corazón Moisés dejó escrito..." (Mc 10, 5). La ley por la ley endurece el corazón.
Jesús vino a cumplir la ley pero, al mismo tiempo, quiere ir más lejos: quiere mostrar el espíritu de la misma y demostrar que su propuesta es más exigente porque lleva al hombre, por ejemplo en el caso del matrimonio, a un compromiso para siempre que claramente no lo sostiene el mero contrato. Esta sin duda es una de las claves de la incomprendida Amoris Laetitia.
La tensión entre el rigor de la norma, para algunos, y la laxitud por vivirla, para otros, son un camino permanente en la Iglesia y con múltiples expresiones. En los extremos, unos buscan una fe "reglada" que delimite a tal punto la vida que ser cristiano podría ser cosa de "manual" (los rigoristas). Otros, en cambio pareciera, que la norma es un elemento arcaico y que la fe se vive sin esta, distanciado de la misma o dejándose llevar por las circunstancias (los relativistas).
¿Cuál es la propuesta de Jesús? El Evangelio nos da algunas pistas. Lo primero es que en la vivencia de la fe hemos de estar en continuo diálogo con el Señor. El discernimiento permanente es la clave para comprender cómo la enseñanza de Dios se puede hacer carne y sangre en nuestras vidas. La fe no es un manual por aplicar, sino un don para vivir y eso siempre exigirá matices propios de quien ha recibido la gracia. Y siempre hemos de tener presente que el "discernimiento es dinámico y debe permanecer siempre abierto a nuevas etapas de crecimiento y a nuevas decisiones que permitan realizar el ideal de manera más plena" (AL 303).
Otra clave está en que la encarnación de la fe en la vida ha de ser en la Iglesia y no fuera de ella. Cuando hacemos el camino del discernimiento acerca de cómo vivir el Evangelio, ante los enormes matices o vicisitudes que debemos enfrentar, resulta esencial comprender que en la Iglesia encontraremos la "roca firme", camino auténtico para vivir en plenitud. Esto no siempre resulta fácil, pero cuando nos abrimos a que la Iglesia es la comunidad de los discípulos asistida por el Espíritu Santo comprendemos que ella, como Madre y Maestra, tiene mucho que enseñarnos.
También resulta relevante no dejarse llevar por el camino fácil. Sin negar que este puede ser una alternativa, la propuesta de Jesús es a "contracorriente" y, por lo mismo, exigente (cf. Mc 10, 8). Cuando mis opciones no me exigen en relación a Dios, en relación a los demás y en el camino de conversión, sin lugar a dudas estas adolecen de alguna dificultad que hay que subsanar.
El epílogo del Evangelio parece iluminar este itinerario: "Quien no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él" (Mc 10, 15). El niño entiende la norma porque primero ama al Padre. Y porque confía en él se deja guiar y puede confiar. Las normas resultan ser una prolongación de quien ama.
"Por tanto, lo que Dios ha unido no deben separarlo los humanos".(Marcos 10, 9)