D e "toilettes" de abuelas nunca logramos saber mucho. Una de ellas tenía un gran espejo en un rincón del dormitorio, flanqueado por repisas y mesitas donde reposaban frascos de cristal tallado, algunos azules, otros, rojos, que contenían perfumes, aguas de colonia, polvos, coloretes, cremas para esto y lo otro. En un clóset cercano, con luz que se encendía al abrir la puerta y se apagaba al cerrarla, se guardaban cajas de sombreros, "tapados", abrigos, boas de pluma, "salidas de ópera", zapatos y joyas de "strass" (las otras estaban en cajas fuertes). Pero la cotidiana ceremonia de emperifollar a la madama, en que la pobre "niña de mano" se esmeraba por no meter la pata, estuvo siempre rodeada de semisombras, misterios y relatos: sabíamos que sobre los calzones venía el refajo, sobre éste la enagua (una o más), sobre ésta la falda, y la narración se topaba aquí con varios "non sequitur" , marchas atrás, confusiones y "comptes rendus" apócrifos transmitidos por aquella "niña de mano" que, cuando alcanzaba el colmo de su paciencia, salía de estas sesiones murmurando y contando cosas.
La abuela, alta y flaca, emergía diariamente de sus cuarteles nocturnos ampulosa y llena de curvas e insinuaciones, acinturada y caderuda. Son éstas dos últimas notas las que la distinguían de las alcachofadas alcachofas, de las cuales, este año, hemos visto algunos ejemplares dignos de recuerdo, particularmente unas que compramos en la verdulería de Los Gritones a un despreciable precio: grandes, potonísimas, repolludas hasta más no poder, y dotadas de un tallo de una vara de largo y pulgada y media de diámetro que, cocido aparte, tenía una médula central densa y sabrosa.
Uno de nuestros cuñados, al darse cuenta de que ya no le queda más que comer, ha decidido tomar el toro por las astas y reírse de la rueda de la fortuna, especializándose en inventar fórmulas culinarias. Y nos ha invitado el otro día a tomar su crema de alcachofas que nos ha parecido espectacular, sobre todo por el cúmulo de sabiduría que encierra. Por ejemplo, cocinar con alcachofas nos había parecido siempre labor ímproba y agotadora, por aquello de tener que raspar hoja por hoja a fin de recuperar su parte comestible; pero hete aquí que este astuto ha descubierto que, cociendo las alcachofas casi hasta el punto de deshacerlas (procedimiento sólo recomendable para guisos como el que viene), se les saca la comida a todas juntas con dos o tres golpes de cuchara. ¡Qué gran cosa! Se nos han abierto compuertas para la cocina de alcachofas sin angustias.
Crema de alcachofasCueza 5 potonas alcachofas según dijimos. Ráspeles la carne, troce los fondos. En una olla caliente 400 ml de leche entera y 400 de caldo de pollo. Ligue con beurre manié . Cueza. Muela las alcachofas con "mini primer", sin licuarlas. Viértalas a la olla. Sal, pimienta, 50 gr de queso rallado, 200 ml de crema. Revuelva, caliente y sirva.