El proyecto Hogarth Shakespeare constituye uno de los emprendimientos literarios más audaces y originales de tiempos recientes. Su propósito principal consiste en reescribir el legado de William Shakespeare para el siglo XXI y fue parte de las celebraciones del 400 aniversario del fallecimiento del autor inglés en 2016. Los responsables de la idea, un conglomerado editorial, junto a varias universidades británicas y norteamericanas, han ido escogiendo a reconocidos escritores y escritoras para proponerles que tomen parte en la revisión de lo que estiman son las obras fundamentales del gran poeta y dramaturgo nacido en Stratford upon Avon. Los resultados se comenzaron a ver en 2015 y se extenderán hasta 2021. Hasta la fecha, han participado novelistas de la talla de Margaret Atwood, Anne Tyler y Jeanette Winterson.
El nombre de esta serie narrativa deriva de la Hogarth Press, fundada en 1917 por Virginia Woolf y su marido Leonard, la que además de dar a conocer los títulos del célebre matrimonio, terminó abarcando a todo el grupo de Bloomsbury. Esta asociación laxa y desprejuiciada, es, posiblemente, uno de los círculos intelectuales más influyentes de la centuria pasada ya que ahí se reunieron toda clase de artistas o creadores visionarios, que dieron definitivamente la espalda a la era victoriana y formaron lo que hoy se conoce como modernidad.
Como corresponde a una iniciativa tan ambiciosa y heterodoxa, los encargados de este plan se fijaron en una corriente narrativa hoy en ascenso y saltándose todas las restricciones académicas, escogieron al noruego Jo Nesbo (1960), uno de los máximos exponentes del género negro. El prosista oriundo de Oslo ha concebido diez títulos magistrales protagonizados por el detective Harry Hole, ha sido traducido a más de 50 lenguas, lo han leído más de 40 millones de seguidores en todo el mundo y algunos de sus títulos han sido llevados al cine con gran éxito. El trabajo shakespereano que Nesbo eligió fue "Macbeth".
"Macbeth" es por cierto una de las cumbres de la literatura universal y Nesbo sabía que arriesgaba mucho al entregar una nueva versión de la historia. En general, sale airoso, aun cuando uno termina echando de menos las ficciones cuyo héroe es Harry Hole. La acción transcurre en una época indeterminada, tal vez un futuro cercano y los lugares son inventados o bien se trata de localidades escandinavas y escocesas que se pueden ubicar en el mapa. Los personajes se ajustan al modelo en el que se basan, casi siempre con los mismos nombres -Duncan, Banquo, Malcolm- si bien hay variantes (por ejemplo, Hekate, la reina de las brujas, es hombre). La pareja central se halla, desde luego, conformada por Macbeth y su infernal esposa, Lady Macbeth. El primero llega a ser jefe de la Guardia Real, naturalmente gracias a los asesinatos que él y su mujer perpetran en contra de quienes entorpecen su camino. Lady Macbeth, de una inteligencia, belleza y genio para el mal muy superiores a los de su marido, dirige un casino en Capitol, ciudad que es el epicentro de la trama y desde ahí controla todo el poder, la represión y la fuerza, sea de carácter estatal, sea de carácter privado. El mundo descrito en Macbeth es el de un capitalismo salvaje, descontrolado, sin sujeción a normas éticas mínimas, con un paisaje arrasado por la devastación ambiental, un clima que es fruto del desperdicio industrial, una indigencia que contrasta con el lujo ostentoso de algunos pocos. Con todo, el signo distintivo de esta nueva sociedad es el narcotráfico rampante: todos, cual más, cual menos, están completamente comprometidos en el negocio de la droga y así Hekate dirige un enorme laboratorio de metanfetaminas de última generación que serán exportadas al resto del planeta. Nesbo, como lo ha demostrado con creces, posee talento para las conspiraciones de largo alcance; sin embargo, al atacar tan ferozmente al modelo neoliberal predominante, muestra poca preparación en temas económicos y políticos, pues en un libro extensísimo, ni siquiera los menciona o bien se los salta en beneficio de episodios sangrientos, cada uno más horrendo que el que le precede.
Macbeth , a fin de cuentas, termina apartándose demasiado del texto en el que se basa. Hay pandillas de motociclistas que practican crímenes a mansalva sin que quede en claro por qué lo hacen; hay bandas de forajidos que extorsionan, secuestran y roban porque sí; hay organizaciones de jóvenes tatuados que asustan o dejan un reguero de cadáveres y hay, en fin, muchas armas, de fuego y de las otras. El hilo conductor se pierde muy luego y, en cambio, tenemos una sucesión ininterrumpida de hechos truculentos que, por decirlo de algún modo, siempre culminan en una suerte de aglomeración de calamidades. Tampoco entendemos muy bien los conflictos entre las diferentes facciones que luchan sin tregua ni las discordancias de temperamento entre Macbeth, un tanto indeciso y cobarde, y Lady Macbeth, siempre dispuesta a dar golpes mortíferos sin vacilar un segundo. La vida, tal como está expuesta en esta tremebunda intriga, no es el cuento sin sentido dicho por un idiota, que solo significa sonido y furia, sino la trayectoria de varias personas, encabezadas por el famoso dúo, que prosperan únicamente gracias a la hecatombe causada por la crisis universal del sistema sociopolítico imperante. Que todo esto se diga mediante un discurso vago en nada impide que Macbeth sea, a la postre, un relato convincente.