Dos retrospectivas, dos dimensiones: la dedicada a Paz Errázuriz, muy completa; la de José Venturelli, solo parcial. Ambas en el Museo Nacional de Bellas Artes. Venturelli (Santiago, 1924-Beijing, 1988) es exhibido así, en la más bien pequeña Sala Chile, a través de sus cinco etapas residenciales. Primero, en Chile -hasta 1950-, deja ver el fuerte influjo del mural mexicano. No obstante, sabe darle cierto sello propio: retuerce los cuerpos mediante un expresionismo más bien europeo, junto con resultar menos apegado al dato anecdótico. Sobresalen de entonces sus grabados en blanco y negro. Por ejemplo, esa síntesis poderosa que constituye el grupo de hombres con rostros unificados portando un ataúd o, mejor dicho, el contorno alrededor de un vacío sorprendente. También "El vengador", para "El canto general" de Neruda, imagen monumental y unitaria de un varón a caballo en posición de agresivo combate. En cambio, esta misma figura como pintura mural posterior -todas las mostradas acá corresponden a reproducciones fotográficas- en la Librería Universitaria y en "Recuerdo de un recuerdo" (1983), donde el eco amanerado del árbol trasero y el alargamiento del corcel le hacen perder heroicidad.
La permanencia en China (1952-1959) proporciona, por su parte, la orientación racial de sus personajes y, en especial, el aparente descubrimiento de la fluidez de la línea, de la sensualidad vegetal y del desarrollo del paisaje. Vale la pena recordar aquí la delicadeza de los volúmenes corporales y el corte a la japonesa del dibujo "Reflexión", el encanto del acrílico "Retrato de Paz" en el jardín con un par de pavas, la bien captada esencia de las gargantas grandiosas del río "Yang-Tzé". Entre 1959 y 1964 mora Venturelli en Cuba. Tenemos la exuberancia del entorno en "Ventana al trópico" y en los paisajes de los extensos murales "Solidaridad de los pueblos latinoamericanos" de un hotel de La Habana y en "Homenaje a Camilo Cienfuegos" -habanero Ministerio de Salud-.
Del retorno a la patria durante ocho años descuella la tensa amplitud panorámica del fresco pintado en el actual GAM santiaguino. Variada representación ofrece, entretanto, su postrera residencia, ahora en Suiza. Anotemos, ante todo, el lindo paisaje "Coliumo", playa al amanecer, donde una fiera se estira sobre su presa, en una actitud típica del autor. En cuanto al acrílico de la serie "Piedras blancas", en cierto modo algo refleja del pintor helvético Ferdinand Hodler. Antes que las reproducciones de vidrieras para una iglesia de Ginebra, llaman la atención el mosaico de una escuela ginebrina y el dibujo "Madre e hijo", acaso de una plenitud lineal casi picassiana.
La Sala Matta tiene mucho que mostrarnos con la concurrencia de representantes de la totalidad de las series fotográficas realizadas por la Premio Nacional de Arte 2017. En lo sustancial, siempre a través de la riqueza expresiva propia del blanco y negro, Paz Errázuriz retrata mundos marginales dentro de un repertorio sumamente variado, aunque de rangos extremos. Con la finalidad de proporcionar al lector una visión conjunto, rescatemos los ejemplares que nos han parecido más genuinos o dotados de una vibración mucho antes humana que reflejo de circunstancias a la larga contingentes.
Ya desde sus comienzos emerge la naturalidad admirable de los retratados, nacida de la confianza provocada por la convivencia de la artista con ellos. De ese modo surgen los más diversos estados anímicos de una idiosincrasia chilena, por cierto de alcance universal. Tenemos la comicidad de "Los dormidos" (1979) y, en "Personas" (1987), de la magistral secuencia con el borrachito que termina en el suelo (1987). Frente a ellos nos remecen la hondura psicológica de "Vejez" -de 1983, cuyas tres mujeres en función de juezas muestran una ironía doliente-. Por el contrario, sus estampas de la desnudez femenina hacia finales de la vida tienden, acaso, a volverse una pizca reiterativas. Mucho más emocionante se desarrollan el ámbito infantil en "Niños" (1985-1994); el mundo a la vez trágico y agresivo que materializa la nutrida, la feroz serie "La manzana de Adán" (1982-1988); el de los que hacen del deporte su medio de subsistencia, en "El combate contra el ángel" (1987), donde el humanismo obtenido de los boxeadores tan miserablemente equipados (1987) sobrepasa con amplitud el exhibicionismo un tanto ridículo de los luchadores (1902-1903). Otro conjunto fotográfico importante corresponde al genuino "Infarto del alma" (1994), verdadera redención de la fealdad física a través del amor auténtico entre insanos.
Otros registros con "Mujeres de Chile" como protagonistas abarcan desde la serenidad transparente de una religiosa de un convento de Rengo (1992) hasta la connotación más bien etnográfica que posee "Las nómades del mar" (1994-1996). Una toma que no puede dejar de recordarse es el vigor de esas sombras oníricas provocadas por árboles callejeros, dentro del conjunto "La luz que me ciega", aunque se aparta por entero de la temática del resto del conjunto. También se aparta, cualitativamente, "Miss Piggi", de la serie "El circo".
30 años: humanista y viajero
Retrospectiva parcial de José Venturelli
Lugar: Sala Chile MNBA
Fecha: hasta el 5 de noviembre
Mirada honda a la diversidad chilena
Paz Errázuriz
Lugar: Sala Matta MNBA
Fecha: hasta el 14 de octubre