Obrilla cómica y popular del Siglo de Oro español.
Su tema central es el precipicio entre realidad y aspiraciones.
Los personajes se hunden por esos mundos, porque algunos son diletantes, otros, aficionados y la mayoría, arrogantes.
Lope de Velasco: Esforzado plebeyo con cierta academia que se cree el Fénix de los Ingenios. Vaya a saber uno por qué. En confianza se compara con Lope de Vega, que hay que tener paciencia. En público, eso sí, solo llega hasta Lope de Rueda, que ya es menos. Viste calza abombachada a lo Juan de Austria, y cuando puede se mete en una toga y se pasea para el lucimiento y la vista. Es poco lo que se ve porque la toga le queda como poncho debido al porte esmirriado y el cuerpo enclenque.
El conde de Santa Cruz: Se cree un hombrón, pero el pueblo llano piensa distinto, y con razón. Está el día entero frente a un espejo imitando ademanes reales y nobles actitudes. Es de escasas entendederas y de poco razonar, y por un quítame allá esas pajas, pierde la paciencia. Se enoja fácilmente, como todo envidioso. Su desgracia es que cuando está solo es cuando mejor habla y piensa.
Jorgito Polo, el mercader: Se promueve como descendiente de Marco Polo, al que nunca conoció. Se imagina comerciando oro, especias y seda, pero no es más que mercero y pellejero. Es decir, mucho botón y alfiler, y harto cuero de vaca o buey. Un caballero Templario le vendió el objeto que más aprecia: un capitel de claustro en piedra calcárea; que por cierto no es capitel ni estuvo en claustro alguno y ni siquiera es de piedra. El que se lo vendió era un escudero mentiroso, pero conocedor de las debilidades humanas de un mercader que soñaba con ser alguien.
Doña Silvina Izaguirre: Conocida como la Hipatia de Calzada de Miramontes, que así se llama el pueblucho del sainete. La mujer se gana la vida como copista, le asiste el mérito de echar números sin errores y sorprende con su don de palabra. Los señores de la comarca, por estas virtudes, la respetan, y les encanta escucharla, sobre todo la parte de la sociedad piramidal, jerárquica y estamental. En las fiestas de los nobles, son tres las presentaciones que nunca faltan: el juglar, ella y el saltimbanqui.
El príncipe Alí: Vendedor de alfombras al que no le va mal, porque el conde de Santa Cruz y Jorgito Polo, el mercader, andan buscando la voladora y pagan lo que sea.
Seba, el sefardí: Sigue las enseñanzas de Maimónides, rabino, médico y teólogo judío nacido en Al-Andalus, es decir, esa parte de España bajo dominio musulmán. Maimónides, gran señor de Córdoba, investigó a los seres dotados de forma, pero sin materia. Seba va un poco más acá: estudia a los dotados de materia, pero sin forma. En eso se lo pasa.
Pueblo llano: Escobar, Evans, Ovalle, Arrau, Jadresic y así hasta completar una quincena de apellidos secundarios. Su participación es en latín y en el modo de canto gregoriano. Suenan bien, pero no son más que ornamentales y ambientales.