Fue un artículo del New Yorker el que me llamó la atención sobre algo tan inesperado como la nueva forma de vestirse en la época del #MeToo. Trataba de una diseñadora híper cool , que había impactado no solo a quienes fueron a la Fashion Week neoyorquina, sino que traspasaba las fronteras. Tenía artículos sobre su colección en toda la prensa, desde Vogue y Glamour a The Guardian, pasando por el New York Times. Es un fenómeno del mundo de la ropa, pero tiene algo profundo en su propuesta que va más allá de lo estético y que se vincula con el movimiento feminista y, creo, con una nueva forma de plantearse ante la sociedad.
Describo la ropa de Batsheva Hay: géneros estampados con florcitas, arabescos o motivos infantiles, cuellos altos, alforzas y vuelos; mangas aglobadas hasta el codo y apegadas hasta la muñeca; corte en la cintura que puede tener un pabilo o un lazo de terciopelo; falda arrepollada, con pliegues, larga hasta la rodilla o media pantorrilla; cintas y rositas. "El sueño de cualquier niñita de seis años", dijo la diseñadora, y por eso hace tenidas iguales para mamá e hija. Algo parecido -pero más exagerado- a lo que se usaba en los ochenta, o en la "Casita en la pradera", pero con toques de modernidad, como aplicaciones en tela metálica brillante. Esos son los vestidos que han causado furor por estos días y que han comprado actrices como Natalie Portman y otras famosas.
Bueno, así es la moda, podríamos decir. Va y viene. Pero la ropa de Batsheva se ha visto como una reacción a la excesiva desnudez, al mostrar todo en escotes profundos o minifaldas súper cortas, cuando arrecia la ola en contra del acoso sexual, de los piropos desagradables en la calle, del abuso y de la violencia de género. Algo así como "no me mires, no quiero mostrarte nada".
The New Yorker cita a un diseñador-escritor, Christopher Niquet, que dice que "hemos vivido años de casi nada de ropa; pensábamos que esa era la última frontera, y después nos fuimos a una moda básicamente sin ropa". Pero parece que esta tendencia archiconservadora no es coincidencia, pues se da en un momento en que las relaciones de poder, especialmente sexuales, están siendo cuestionadas y puestas en tela de juicio. ¿#MeToo?
Y tampoco es coincidencia para la diseñadora confeccionar esta colección: está casada con un fotógrafo de religión judía que sigue las normas ortodoxas, y ella las practica en su casa y en su vida cotidiana. Pero su ropa, que tampoco es típica de los mujeres judías tradicionalistas, ha prendido no solo en su círculo, sino que en las pasarelas más exigentes y cosmopolitas, y en los ambientes más sofisticados.
¿Será una vertiente del feminismo actual, una especie de nuevo puritanismo? Me pregunto qué pensarán de esto las jóvenes estudiantes que frente a la Casa Central de la Universidad Católica, hace unos meses, se desnudaron orgullosas y desafiantes para mostrar que ellas hacen lo que quieren con sus cuerpos, en una protesta como las de mayo del 68, pero con una connotación radicalmente diferente.
La campaña del #MeToo y Time's Up ha tomado tanta fuerza que probablemente logrará cambios de comportamiento importantes y necesarios. Pero, ¡ruego que no lleguemos al extremo del chador y de la burka!