Hace pocos días, un feligrés, sorprendido y con un poco de temor, me preguntaba: ¿Qué está ocurriendo en la Iglesia?, ¿dónde vamos a terminar? Resulta doloroso escuchar una persona que no ve o no tiene un futuro en ese momento; es contemplar a un hermano sin esperanza.
Ya me hubiera gustado responderle con la claridad del Papa Benedicto que decía: "Un elemento distintivo de los cristianos es el hecho de que ellos tienen un futuro: no es que conozcan los pormenores de lo que les espera, pero saben que su vida, en conjunto, no acaba en el vacío. Solo cuando el futuro es cierto como realidad positiva, se hace llevadero también el presente" (Spe salvi, nº 2).
Y es verdad, tenemos "un futuro cierto", tal como dice Jesús a Pedro: "Yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella" (Mateo, 16,18). Pero no basta repetirlas mecánicamente, debo decirlas con sinceridad; primero confiando en quién las dijo y repetirlas como Él, sin triunfalismo e insensibilidad.
"El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán" (Mateo 24,35).
El evangelio de hoy nos muestra a Jesús empeñado en la formación de quienes lo seguían, "iba instruyendo a sus discípulos" (Marcos 9, 31) y les anticipa que cuando entre a Jerusalén "va a ser entregado en manos de los hombres y lo matarán, y después de muerto, a los tres días resucitará" (Marcos, 9,31).
Esos hombres y mujeres que han dejado su pueblo, su familia y trabajo para escuchar su predicación, ser testigos de sus milagros, no lo comprenden: "No entendían lo que decía" (Marcos 9, 32). Además les falta sencillez, les da "miedo preguntarle" (Marcos 9, 32). Y para colmo, al final del día, Jesús los sorprende señalándoles que han discutido en el camino "quién era el más importante" (Marcos 9, 34). Faltos de fe y ambiciosos.
Uno se pregunta: ¿Cómo el evangelista Marcos no pasó por alto estas debilidades y miserias de los discípulos? ¿Por qué contarlo todo? ¿Cómo no le dio a leer a otro con buen criterio el texto que estaba escribiendo? ¿Quién fue el head hunter que seleccionó a los apóstoles y discípulos? ¿Fueron voluntarios? ¿No había nadie más en Galilea?
Leer el evangelio crea en nuestra alma un amor a la verdad. Los hechos aparecen con crudeza y delicadeza, quedan a la vista virtudes y defectos de los protagonistas. Así tiene que ser siempre; de lo contrario se oscurece la misericordia de Dios Padre.
Cuando me llaman o piden que asista a un enfermo, voy rezando por él y acudo también con la inquietud de no encontrarme con una persona ya inconsciente. Al llegar, sus familiares me dicen que el enfermo no sabe de su gravedad, pero cuando hablo con él, lo sabe todo. El rostro de su mujer o de sus hijos son un evangelio diáfano y cristalino. Seamos sencillos y sinceros, no encubramos la verdad, confiemos en Dios, su gracia y en las buenas disposiciones del enfermo. Nunca me he encontrado con un necesitado que no quiera conversar con un sacerdote y si con algunos "no entendían" (Marcos, 9,32) que es el mismo Jesús quien lo viene a visitar.
Debe haber muchos motivos y explicaciones para esconder la realidad a un enfermo y para no llamar con anticipación a un sacerdote, pero tiene un costo. Con una persona inconsciente un sacerdote puede hacer muy poco; en cambio con una persona consciente, hace mucho y Dios casi todo. Seamos sinceros.
La esperanza se mueve dentro de la fe y por eso desconocemos en esta historia "los pormenores de lo que nos espera". Perseverar no es fácil, pero sabemos por la fe que tenemos un futuro "cierto", y si somos sinceros con Dios, con nosotros mismos y los demás, siempre saldremos adelante con su ayuda. "Si el justo es hijo de Dios, Él lo auxiliará y lo librará de las manos de sus enemigos" (Sabiduría 2, 18).