Umi yori mo nada fukaku
Dirección: Hirokazu Kore-eda.
Con: Hiroshi Abe, Kirin Kiki, Sôsuke Ikematsu, Taiyô Yoshizawa, Yôko Maki, Satomi Kobayashi, Lily Franky.
118 minutos..
Hirozaku Kore-eda es uno de los pocos cineastas japoneses actuales que ha tenido alguna difusión pública en Chile.
Después de la tormenta, su largometraje número 14, fue precedido por
Después de la vida y
De tal padre, tal hijo, películas que alcanzaron alguna notoriedad local. Sus preocupaciones giran en torno a la formación de la familia, las relaciones filiales, el flujo de la vida por los rincones domésticos.
Esta es, justamente, una película de rincones. Su protagonista, Ryota (Hiroshi Abe), deambula entre su vocación de apostador, sus ganas de ser escritor y un trabajo bastante laxo como investigador de una oficina de detectives privados. Ryota repite sin saberlo, sin quererlo, la historia de su padre. Deambula, pide dinero prestado, fisgonea en vidas ajenas, pero siempre vuelve al departamento de su madre (Kirin Kiki), una veterana que se ha pasado la vida esperando que su hijo florezca y aún no ha perdido la esperanza.
El departamento es asfixiantemente pequeño, y Kore-eda recurre a un enorme y austero talento visual para encuadrar con exactitud la tormenta interior que viven estos personajes en esos pocos metros cuadrados. Ryota, un hombre orgulloso y a la vez derrotista, se pregunta cómo es que su vida ha derivado a esta situación penosa, mientras cultiva la esperanza de recuperar a su esposa y a su hijo, creyendo, sin gran respaldo en la razón, que esa sería la reparación para todos sus tropiezos.
Aunque Ryota es el indiscutible protagonista (muy pocas escenas prescinden de su punto de vista), el centro moral de
Después de la tormenta es la vieja madre, cuya sabiduría, mezclada con picardía y bondad infinita, es en verdad la única capaz de revelar a los demás personajes dónde se han cortado sus lazos, cuándo se han perdido sus pasos. Mientras cae sobre Tokio el 24° tifón de la temporada, la sagacidad de esa anciana dama desenrolla lenta, pacientemente, el ovillo de malentendidos y mezquindades que ha arruinado a la familia.
Kore-eda no sugiere ni la reparación ni la redención. No juzga a sus personajes. Por cada debilidad les reserva un matiz de valentía, por cada renuncia, un toque de indulgencia. "Para bien o para mal, es parte de mi vida", dice una esposa infiel que descubre que su marido también le es infiel, como un eco de lo que le ocurre a Ryota. Junto con aceptarse a sí mismo, Ryota debe hacerse la pregunta clave de este cine introspectivo, reflexivo, en perpetua búsqueda de lucidez: "¿Dónde está mi hogar?".
Una gran película.