Un mitín en Beirut de apoyo al Presidente (cristiano maronita) da inicio a "El Insulto". Allí está Toni (Adel Karam), un mecánico que apoya con vehemencia a la facción gobernante y que vive en un departamento con su mujer, Shirine (Rita Hayek) -quien se encuentra en avanzado estado de embarazo-, al lado del
garage donde repara autos.
En las afueras están los campamentos de refugiados palestinos. De allí viene Yasser (Kamel El Basha), un hombre algo mayor, quien trabaja como capataz para una empresa que se ocupa de obras públicas. El desagüe del balcón del departamento de la pareja debe ser reparado, pero Toni responde de malas formas al requerimiento de la cuadrilla; y de regreso, recibe un "maldito estúpido", mascullado por Yasser.
Para Toni -que suele escuchar con devoción incendiarios discursos contra los palestinos- esto es intolerable y exige disculpas formales. Yasser -conminado por su jefe- intenta un acercamiento que resulta peor y el asunto termina en tribunales, luego que la violencia escala en espiral (que es como suele escalar).
Nominada al Oscar 2018 a mejor filme habla no inglesa, la película de Ziad Doueiri construye con asombrosa destreza un apasionante relato que tiene tanto de suspenso como de drama humano.
"El Insulto" habla de la precaria paz de El Líbano, encarnándola en dos seres humanos que arrastran dolores guardados, pasados enterrados, profundas heridas de guerra nunca sanadas, como ha de tener buena parte de la población de ese país (y otros). El sufrimiento no es exclusividad de nadie.
En los respectivos abogados la historia integra el contexto político, ineludible y omnipresente en una sociedad que no termina de reconciliarse. "No resolveremos esto fingiendo que nos amamos unos a otros", como afirma uno de los personajes. ¿Sinceridad versus estabilidad?
La narración, a ritmo trepidante y llena de giros sorprendentes -nunca efectistas-, da cuenta de la profunda complejidad que hay tras cada ser humano y sus vivencias, una que hace inútil dividir el mundo en buenos y malos.
Mientras el asunto se transforma en una noticia nacional y la mecha empieza a prender peligrosamente en la ciudad, los tribunales discuten sobre "crímenes de odio" y en los respectivos hogares se escuchan recriminaciones como "¡no puedes dar vuelta la página!" o "está de moda defender a estas personas".
"Estamos en Medio Oriente: aquí nació la palabra vengativo", sentencia uno de los abogados.
"Buenas noches, Beirut" se llamaba una canción del grupo argentino G.I.T. (1986). Hacía alusión a la cantidad de veces que los conductores de noticieros de todo el mundo iniciaban una nota sobre el sangriento conflicto que desgarró a El Líbano, "la Suiza de oriente", hacia fines de los 70 y que, en diferentes etapas, no concluyó del todo hasta la segunda mitad de 2006, con la intervención de la ONU. Tal como muchos otros que han seguido brotando en el planeta, este no parecía tener solución. Hubo una película que no se alcanzó a estrenar en Chile, protagonizada por Hanna Schygulla y Bruno Ganz ("Círculo de engaños", "Die Fälschung", Volker Schlöndorff, 1981), que mostraba desde dentro la debacle y sobre todo la banalización de la violencia de los ciudadanos, entre los destrozados edificios de Beirut. Nos olvidamos de esa guerra porque enseguida vino otra y otra y seguimos contando. ¿Cómo se llegó a la paz en ese país? Eso es quizás lo que deberíamos haber escuchado amplificadamente en todo tipo de medios de comunicación.
De una grandiosa manera, "El Insulto" viene, en algo, a remediar esto. Con una historia que parece decirnos que la paz y la reconciliación son siempre precarias, delicadas como un bebé en una incubadora.
Muy buena. Categoría imperdible.
(En cartelera desde el jueves 27).