En estos días, en que vendría bien eso de "¡Cantemos la gloria del triunfo marcial, que el pueblo chileno obtuvo en Yungay!", cantaremos, más bien -contreras que nos han de ver-, las glorias del sesentón que ha sobrevivido heroicamente hasta ahora en este mundo espantoso que glorifica al petimetre, adula al "teen" espinillento, imita el desgarbo de la edad del pavo y quema dolarizado incienso en el altar del ejecutivo presumido e inexorablemente exitoso. Ah, ese sesentón barrigoncito, flaccidito de por aquí y por allá, nada grave; algo, un poquito, pellejudo; volando, cual ánade, de laguna en laguna mental; capaz de recordar la fórmula dentaria del caballo, que aprendió en la primaria, o los segmentos del tracto digestivo del erizo; incapaz de traer a la memoria lo que comió ayer. O sea, ese que ha alcanzado, en el nicho de los primates a que pertenece, la situación gloriosa que tiene, en el pacífico mundo vegetal, una uva dorada, con indicios ya de "pourriture noble" , que ha de producir el más dulce, frutoso, especiado y delicado de los vinos otoñales. "¡Cantemos la gloria del bravo sesentón!".
Averiguaremos hoy qué conviene comer al sesentón sereno, aplomado, con un tripal algo sensible, que compensa este pequeño inconveniente con una capacidad admirable desde todo punto de vista y una digestión capaz de asimilar piedras. Habiendo comenzado las encías a retraerse a, digamos, sus cuarteles de invierno, nada de carnes hilachudas, fuente de incomodidades y embarazos. Ni muchos bisteques, de ésos aguerridos que buscan pelea. No. Volatería, más bien; pero no venatoria, que suele ser dura y, aunque sabrosa, nada blanda. De corral, por favor. Y mucho pescado, y champiñones y callampas y risottos, flanqueados de ingentes cantidades de ensalada, rematados por una gloriosa cornucopia de frutas frescas. Quesos y vinos. ¡Vino, la leche de los viejos! Y aunque el sesentón no sea propiamente viejo, ha de irse preparando para cuando le toque. Que será toda una experiencia culinaria también, sin duda: vuelta a las blanduras lácteas, al mote guisado en crema, a las maravillosas sopas de arvejas tiernas, con su cucharita de azúcar. Almuerzos, sesteados; comidas, paseadas. Para los insomnios, novelas inglesas, donde jamás falta la descripción de platos, de menuses, de vinos. Ah, dormirse a las cuatro de la madrugada, para despertar a un tazón de chocolate a la canela con un bollo -blando- bien enmantequillado. En fin, todo se andará. Por ahora, vamos a lo que nos concierne en este mundo de la "edad dorada".
Sopa antigua
Ponga 250 gr de tocino ahumado en una pieza en 2 l de agua. Agregue un repollo grande rebanado y 250 gr de papas enteras. Cueza ½ hora a fuego moderado. Luego, agregue sal. Retire las hortalizas con espumadera, estílelas y fríalas en aceite de oliva. Vuélvalas a la olla. Cueza unos minutos más. Sirva sobre rebanadas de pan añejo levemente tostadas, distribuyendo papas y tocino equitativamente.