Francisca Feuerhake (Santiago,1990) creó dos hilarantes personajes que empezaron a deambular por las redes sociales en el 2016: la vieja cuica y su hija la Catita. Su propósito era parodiar a un particular sector de nuestra sociedad: el que, interpretando sus palabras en alguna entrevista, podríamos llamar mundo burgués intermedio. Los dos personajes han tenido mucho éxito entre los navegadores de internet. Sin embargo, quienes busquen en la primera novela que publica Francisca Feuerhake el tipo de humor expansivo, bufonesco y contagioso que ambos transmiten, se sentirán un tanto desilusionados.
Tres semanas es un relato puesto en boca de Valentina, una niña de diecisiete años, hija única de un matrimonio perteneciente al sector social que rara vez se deja ver en el centro de Santiago porque transita solo por las calles de Providencia y Vitacura. Estudia en el colegio de monjas de Santa Jacinta y su lenguaje exhibe la naturalidad y libertad expresivas de las nuevas generaciones que rechazan los tabúes tradicionales y sobre todo los lingüísticos. Sin embargo, los tabúes han desaparecido pero no las desorientaciones y confusiones propias de la adolescencia. Valentina describe su cuerpo como una salchicha y cuando menciona a sus padres en las primeras líneas de su discurso se ve a sí misma solo como "el inexorable fruto de su relación sexual de hace 17 años". Más reveladoras aún son sus reflexiones mientras contempla a su madre, una atractiva mujer, bañarse en el mar: "Qué ganas de ser grande, qué ganas de tener vida propia. Qué ganas de dejar de ser ese accesorio de la vida de mi mamá. ¿Para qué me habrá tenido? ¿Para qué le servía yo a ella? Quizás de decoración. ¿Me quería?".
El desarrollo argumental de
Tres semanas es sencillo y transparente. Su corta extensión lo hace además bastante esquemático. Hasta el momento de comenzar su relato, Valentina ha transitado entre dos modelos de conducta: su madre y la monja Ester, una de sus profesoras en Santa Jacinta. La segunda quiere convertirla en adulta; la primera persiste en tratarla infantilmente. La partida de los padres en un viaje de vacaciones por Europa otorga a la historia la forma de un proceso de iniciación a la vida en el que diferentes motivos subordinados van marcando el ingreso del personaje a la existencia adulta. Después de entregar voluntariamente su virginidad a Rodrigo, su amigo de la infancia, Valentina se enfrenta a dos desencuentros, simbolizados por la dolorosa destrucción de sus dos modelos de conducta. Comienza entonces el indispensable descenso a los infiernos que permitirá el renacimiento del personaje. Valentina se encuentra con un amedrentador grupo de marihuaneros e ingresa después a un antro en la calle Ahumada donde al parecer ella y una amiga corren el riesgo de sufrir insospechadas consecuencias. De ambas situaciones logra escapar, pero no de una humillante violación que la espera solapada. El ingreso a la vida adulta se producirá solo después de pasar estas pruebas: "Me bajé tres cuadras antes de mi casa. Mis pies pisaban las ruinas de un mundo antiguo, anterior. La vereda, las tiendas, los balcones y los edificios se veían menos imponentes, tan pequeños, deslavados y mustios, a punto de caer... Por primera vez sentí que caminaba elevada del suelo, ligera, como la madre Ester".
Más que una novela,
Tres semanas es un cuento largo: todas sus peripecias se subordinan al desarrollo de un solo motivo. Pero, a pesar de su brevedad, la imagen de Valentina que se configura en el texto nos convence. Es una adolescente adornada de valores distintos (incluso la violación pareciera no importarle mucho) que debe encontrarse a sí misma en una sociedad imperfecta y poco amistosa, dominada por el materialismo, encubridora de sentimientos silenciosos, donde las tragedias del pasado se han atenuado y solo se mencionan al pasar. Es cierto que la mirada de Valentina no está exenta de humor, pero es un humor que nace desde la soledad.