Olimpia es una mujer de 30 años que utiliza el momento en el que tiempo atrás se alejó del hogar para ir a estudiar a Madrid como la puerta de entrada a un texto que escribe con el objeto de rememorar y comprender su vida anterior. La figura de su padre, que había caído víctima de alzhéimer poco antes de su partida, se instala también como otro núcleo de su escritura. El lector intuye que algún contacto existe entre esos dos recuerdos, suposición que se confirma cuando Olimpia escribe que la vida no tiene sentido "salvo que convirtamos las cosas que amamos, las cosas que odiamos, en historias que alguna vez alguien cuente", y cuando unos pocos párrafos más adelante describe la función que asigna a su relato: "Yo no quiero olvidar a los que he querido. Yo no quiero olvidar lo que he vivido. Por eso escribo, por eso anoto".
La novela de Montserrat Martorell nace, pues, de la confluencia de los dos conceptos de literatura más generalizados en la época actual: como un ejercicio de la memoria que funciona asimismo como un saber de salvación.
Antes del después no se aleja entonces de la tendencia más dominante de nuestra narrativa. Por razones históricas comprensibles, la mayoría de las ficciones chilenas publicadas durante los últimos años se han escrito a la luz de tales conceptos. Pero esto no es todo. A poco de comenzar la lectura descubriremos que el argumento de
Antes del después se sostiene sobre uno de los motivos más recurrentes del relato chileno post-golpe: la búsqueda del padre desaparecido. Montserrat Martorell ha aceptado el desafío de entregar al lector una novela distinta, aunque en el papel no se distinga de otras que poseen una similar función narrativa y en las cuales el motivo central que ofrece la suya ha sido tratado con bastante frecuencia. Ofrece, en consecuencia, un relato que se desarrolla desde un singular e inusual punto de vista y le da al motivo de la búsqueda del padre una interesante vuelta de tuerca.
Olimpia es una mujer bipolar que después de años de vivir cerrando sus ojos y oídos ante la verdad, se enfrenta al encuentro con su padre real, no con la figura hogareña que conserva en su memoria, sino con la de un siniestro individuo que también sufre de bipolaridad, pero tenebrosa: alterna su comportamiento doméstico de padre de familia con el de un torturador capaz de cometer los más atroces crímenes. El discurso de Olimpia, por lo tanto, girará obsesivamente en torno a las contradictorias fisonomías de un padre que ha perdido dos veces en su vida: cuando la realidad coloca frente a sus ojos una verdad inapelable y cuando se lo arrebata el alzhéimer.
Desafortunadamente, entre la historia relatada y el discurso de la narradora, es decir, su manera de contarla, existe una notoria discrepancia que afecta la unidad indispensable que exige una composición narrativa bien armada. Olimpia escribe una narración oscilante y sinuosa donde los tiempos y las situaciones alternan de manera un tanto desordenada, quizás debido a su bipolaridad, pero cuyo resultado es la periódica confusión del lector. A este divorcio entre la historia y el discurso contribuyen en no menor grado los numerosos fragmentos no narrativos donde Olimpia reflexiona sobre comportamientos sociales e individuales que son hoy materia de polémicas o explica las contradicciones afectivas y de conducta que le produce su bipolaridad. Da la impresión de que no quiere dejar fuera de su discurso ningún tema que pudiera despertar ya sea el interés o la curiosidad del lector. El resultado es una narración que se aleja y se acerca alternativamente de las imágenes que constituyen los núcleos de la historia que relata. Y en medio de este discurso sobrecargado de informaciones propone además una explicación para justificar y perdonar los crímenes del padre que tampoco logra convencer.