Hoy se cumplen 42 años de la muerte de Mao Zedong, quien gobernó China desde 1949 hasta su deceso en 1976. Con ello, se puso término a uno de los períodos más violentos y sangrientos en la historia de China, y comenzó una etapa de apertura y transformación.
El primer gran hito del plan económico de Mao fue la decisión a fines de los 50 de generar una revolución industrial que permitiese al gigante asiático alcanzar en pocos años a las principales potencias mundiales. Ello requería una gran movilización de trabajadores del campo a la ciudad y, en el contexto de una economía cerrada, una reforma agraria que aumentara la productividad agrícola y permitiera alimentar a los cientos de millones de campesinos que migraron.
Fue así como en 1958 se implementó el Gran Salto Adelante, cuyo eje central fue la colectivización de la tierra. El resultado es conocido: la pérdida de incentivos al trabajo hizo que la productividad agrícola se desplomara, causando la muerte por hambruna de hasta 30 millones de personas. Más de 20 años después, el Congreso del Partido Comunista de 1981 reconocería el fracaso del plan, argumentando una pequeña gran verdad: no se tomaron en cuenta "leyes económicas objetivas".
El caos se apoderó del país, y en 1962 se produjo un golpe político a Mao de aquellos que veían con pavor la aplicación indiscriminada de políticas que estaban llevando a China a la ruina. El grupo liderado por Liu Shaoqi y Deng Xiaoping tomó el control del gobierno, con el ánimo de revisar las políticas y tranquilizar la situación. El primero terminaría muerto por torturas a los pocos años, y el segundo tomaría las riendas de China en 1978 luego de años de castigo.
El llamado revisionismo de Liu y Deng -que simplemente reconocía el desastre del Gran Salto Adelante- fue visto por Mao y sus seguidores como una entrega al sistema capitalista. Sin una mínima capacidad de autocrítica, Mao lanzó la Gran Revolución Cultural como la solución para evitar que las nuevas autoridades retomaran la vía capitalista. Las purgas, la violencia y la "purificación de los traidores" paralizaron al país por diez años.
La idea central de la Revolución Cultural era que China no había logrado limpiarse del sistema capitalista, lo que impedía la implementación del socialismo. Así, entre 1966 y 1976 se buscó despojar a las familias, al sistema político y al orden económico de todo resabio del pasado. Si las reformas habían fracasado, no era porque fuesen malas. Simplemente, el país no estaba suficientemente preparado para ellas.
La ideología paralizante y el voluntarismo son capaces de negar los principios más básicos de nuestra realidad. Vale la pena recordar estas lecciones de la historia en un mundo donde a veces prima la irracionalidad.