¿Qué es el diseño urbano? ¿Por qué tendríamos que imaginar de antemano, trazar, regular y controlar la manera como una ciudad se construye y desarrolla? ¿Qué pasa si una ciudad crece sin reglas? ¿Acaso han existido ciudades sin reglas? Y si las reglas fuesen imprescindibles, ¿quién las propone y con qué criterios? Estas preguntas han sido siempre pertinentes, a lo largo de la historia del hombre gregario y a la luz de los conflictos que permanentemente surgen entre los habitantes de una comunidad urbana.
En algún momento de un pasado insondable, cuando los recolectores nómades aprendieron a cultivar la tierra y decidieron asentarse definitivamente en un territorio, cuando construyeron una morada más compleja y permanente, cuando levantaron un muro en torno al caserío para protegerse, cuando dentro de ese perímetro establecieron la distinción entre lo común y lo privado, entre lo público y lo íntimo, y cuando decidieron materializar las jerarquías de sus habitantes y darles espacio a sus ritos, y todo esto de la manera más eficiente posible, entonces quedaron sentadas las reglas básicas de la convivencia colectiva, que son también las reglas del diseño urbano. La ciudad surgió en la antigüedad como un pacto colectivo de sometimiento a reglas de convivencia a cambio de los enormes beneficios de la vida en común: seguridad, sustento, diversidad de recursos y servicios y la eficiencia en su aprovechamiento; oportunidades de intercambio y desarrollo económico.
Las reglas estuvieron a cargo de algún consejo o regente, que además debió hacer de árbitro. Pronto, entonces, a las reglas de convivencia urbana se sumaron los conceptos de justicia y bien común, incluida la noción de belleza como un atributo fundamental de la ciudad ideal. Sin duda, muchas normas de diseño aparecieron y se perfeccionaron a medida que se hicieron necesarias, sobre todo aquellas relativas a seguridad y a salubridad. Otras tienen que ver con la eficiencia de las circulaciones y la subdivisión del territorio para sus diversos usos. Pero otras tienen que ver con la voluntad colectiva sobre los atributos de lo público, que es aquello que representa a la comunidad; y es aquí donde aparecen las normas más importantes para determinar cómo se aprecia el paisaje urbano, con qué recuerdo nos quedamos.
La ciudad -conjunto de espacios y formas, pero también de conductas y propósitos- es una de las dimensiones más formidables del espíritu humano. Es el hombre quien levanta la ciudad, pero esta le da forma a una sociedad entera, de modo que es evidente que a cada una le corresponde una visión ideal de ciudad, y se comprende, por lo tanto, que su diseño y destino estén en el centro de las preocupaciones de una sociedad consciente de sí misma, de su identidad y su trascendencia.