Con "Relatividad", el industrioso Mark St. Germain -el autor estadounidense más representado hoy en su país- repite el molde que le conocimos en "La última sesión de Freud", cuya versión bonaerense nos visitó hace un lustro, y ha cultivado en varias obras apuntando al público que quiere tocar la gran cultura. En esta de 2016 vuelve a tomar un personaje real de gran relevancia, lo investiga a fondo y luego construye hábilmente en torno a él una ficción abordando una arista ignorada o probable de su vida privada para humanizarlo.
Aclaremos que este no es un hit de Broadway, como se deslizó por ahí con exceso de entusiasmo; se ha dado en varios estados de EE.UU., pero no pasó ese filtro de exigencia.
Acá el imán es la personificación en escena del físico Albert Einstein, gestor de la teoría de la relatividad que viró la concepción científica del universo; un genio indiscutido del siglo XX con todos los rasgos atribuibles a ese estereotipo (ególatra, distraído, asocial), muy popular y a la vez controvertido. A este notable se le enrostra la hija que tuvo con su primera esposa antes de su matrimonio, a la cual nunca vio y de quien jamás habló, pero que menciona en sus cartas privadas difundidas en los años 80. Tal vez de niña murió de escarlatina. St. Germain propone otra hipótesis, una conjetura que más de algún espectador desinformado podría tomar al pie de la letra.
Imagina que el científico ya viejo, pocos años antes de morir a los 76 en 1955, recibe en su casa en Princeton, New Jersey, a una periodista de un diario de la comunidad judía, a la que concedió una entrevista de perfil humano. Un tercer personaje es su ama de llaves, secretaria y algo más. Con vivaz diálogo salpicado por las máximas y frases de ingenio que a Einstein le encantaban, el texto despliega primero el intercambio de preguntas y respuestas conteniendo muchos datos biográficos y charla científica. A la media hora (de los 70 minutos totales) una súbita revelación, que es un calculado golpe de efecto, hace que el tono didáctico derive al de un melodrama familiar. La duda central que plantea la pieza es si un gran hombre debe ser por fuerza una buena persona. La sospecha suele cernirse sobre el protagonista, pero St. Germain, benévolo al fin, deja establecido a último minuto que Einstein era, pese a todo y aunque bien al fondo, un buen tipo (al menos lo cree su ama de llaves).
El segundo intento en la dirección del actor Héctor Morales, a diferencia de su debut -"Canario", en 2011, de pobre balance-, se para en escena con dignidad. Aun así esta puesta habría respirado menos tiesura y falsa gravedad si no hubiera abordado el texto con la pretensión de hacer gran teatro, que la obra no es. Lástima que frenó a Tito Bustamante, un muy buen actor, para que hiciera un Einstein más entretenido e histriónico, sin miedo al estereotipo del genio. Blanca Lewin luce correcta como su interlocutora, pero Alessandra Guerzoni fue un error de casting en cuanto a rol físico. Cierto que la escenografía impresiona a primera vista, pero pronto se hace obvio que su estilo conceptual no cuadra con la ficción realista que aloja; aparte de que nunca sabremos lo que quiso simbolizar, determina la planta de desplazamientos, y es incómoda para los ejecutantes. Tampoco aporta la música atmosférica de sonido
new age.
Teatro UC. Miércoles a sábado, a las 20.30 horas. Hasta el 15 de septiembre.