Cuarto estreno de una obra alemana del siglo XXI en los últimos tres meses, algo inusual para una temporada completa, "Estado de emergencia" -pieza de 2007 de Falk Richter- califica dentro de las propuestas cuyos buenos logros individuales, numerosos y en los más variados recursos lucen muy superiores en interés al resultado en su conjunto.
A diferencia de "El bus", de Lukas Bärfuss, ofrecida en mayo en el mismo escenario, esta sí que le quedó bien a Luis Ureta. Aquí el director de ambas se pone a la altura de su prestigio como perito local en montar textos de la nueva dramaturgia de ese país, ganado entre otros títulos por su versión en 2004 de "Electronic City", también de Richter, que hasta cumplió presentaciones en el Festival de Salzburgo. Otro texto del elogiado autor, "Delirio", se dio aquí hace cuatro años con estimulante dirección de Heidrun Breier.
Esta es otra ficción suya de distorsionado realismo, esta vez en el registro de un thriller post apocalíptico. Ambientada en un estado distópico tras una hecatombe global en un futuro mediato, muestra una sociedad totalitaria, híper vigilada, que se traza a través de vagos indicios desde el gélido y aséptico living de una acomodada familia tipo: padre, madre e hijo adolescente. Ellos pagan mucho dinero para vivir seguros en una colonia protegida por altas rejas del caos exterior; pero en ese hogar de asfixiante claustrofobia el contacto emocional no existe y las relaciones están impregnadas de miedo, duda y sospechas. Ninguno sabe realmente lo que hacen los otros, y cada cual parece ocultar conductas de violencia clandestina y amenazantes secretos de enfermedad y locura. Da la impresión de que la madre alimenta la paranoia doméstica con sus temores y desconfianza patológica.
Aunque exige fuertes convenciones como todo relato teatral futurista, es sin duda un texto bien escrito con la torrentosa oralidad de aire ambiguo típica de esa dramaturgia del siglo XXI, que Richter alterna con enervantes pasajes de diálogo corto a la manera de Harold Pinter.
Ureta organiza una elaborada puesta con una escenografía representando un estar de fría elegancia oriental, y sobre esta, una franja de pantallas en las que se proyectan imágenes del terrorífico entorno. La sofisticada estética visual (diseño de Cristián Reyes) armoniza con un inquietante universo sonoro de Marcello Martínez. Hay sólidas actuaciones de Claudia Burr, cuyo rol sostiene el mayor peso de la obra -y que regresa a las tablas luego de una larga ausencia- y de Andrew Bargsted, notable joven talento; Jaime Omeñaca parece tocar una tecla levemente diversa.
No obstante, pese a sus múltiples hallazgos, la entrega no fluye a la platea. Debiera resultar tensa, angustiosa, pero se percibe árida, distante, incapaz de despertar compromiso. Quizás por una cuestión de distancia cultural el concepto resulte demasiado alemán, abrumadoramente sombrío en su plan de reiterar a Orwell. Algo de eso dejó entrever la crítica de la versión londinense que duró 80 minutos; aquí, por fortuna, se le recortó un cuarto de hora.
Teatro Finis Terrae. Viernes y sábado a las 21:00 horas. Domingo, a las 19:00 horas. Hasta el 2 de septiembre.