Tercer estreno del colectivo Teatro Persona, abocado a investigar los desplazamientos perceptivos de la visión y audición, "Punto ciego" tiene propósitos que a priori abren muchas expectativas: generar una propuesta para ser apreciada sin depender de las imágenes visuales; invitar a una experiencia escénica que transmita la percepción particular y diferente de los ciegos, que ven sin ver; reflexionar sobre la oscuridad no entendida como sinónimo de peligro o limitación para aprender. El grupo trabajó a partir de planteamientos teóricos, aportes de un neurobiólogo y en un laboratorio con personas discapacitadas visualmente (uno de los actores además es ciego).
Metas que coinciden con las de la compañía bonaerense Teatro Ciego que en siete atractivos frutos desde 2008 ha desafiado a su público a no ver, forzándolo, por ende, a usar y afinar sus otros sentidos.
Parte bien logrando mantener a la platea alerta respecto de los recursos que se pondrán en juego. Diez de los minutos iniciales (de la hora y cuarto total) se desarrollan en completa oscuridad mientras una voz femenina brinda una audiodescripción que orienta la formación de imágenes en nuestra mente. Todo ocurre en una tarima flanqueada por el público en dos frentes separados por un gran telón negro. Cuando la penumbra lo permite, descubrimos que los actores también visten de negro y que los focos de iluminación son trasladados para crear juegos cambiantes de siluetas, luces y sombras.
La entrega se complica cuando decide cruzar su idea central, con el incierto relato de un juicio en Chiloé de 1880 a raíz de asesinatos rituales cometidos por unos brujos huilliches. Hay una escena con el Presidente de entonces, Aníbal Pinto, y su esposa, y un par de quiebres de la ficción, quizás de intención humorística. Sin motivo alguno, un momento deriva a una inmersión en el fondo del mar.
A poco andar queda claro que los ambiciosos objetivos excedieron con mucho las capacidades del equipo. Primero por la dramaturgia en parte de autoría colectiva, sin estructura, errática y confusa; luego debido a la puesta en escena -lo que hay de teatralidad luce expresivamente pobre e inconducente- y su ejecución de notoria impericia.
La audiodescripción, sistema de uso habitual para facilitar el acceso de los ciegos a manifestaciones culturales, en vez de factor auxiliar para percibir una obra de teatro, parece a menudo más el relato en off de un original literario (incluye datos que solo podría conocer un narrador omnisciente); a ratos incorpora indicaciones propias de un guion de cine, por ejemplo, fundido a negro. Un signo intrigante extra es el leve acento foráneo de quien ejerce como audio-guía, Heidrun Breier, directora y actriz rumano-alemana radicada en Chile.
Centro GAM. Miércoles a sábado a las 21:00 horas. Hasta el 1 de septiembre.